«Prospect Point, 20 de agosto.
»Querida Ana —escribía Phil—: tengo que hacer un esfuerzo terrible para tener los ojos abiertos lo suficiente para poder escribirte. Te he olvidado este verano, querida, así como a todos mis corresponsales. Debo contestar un montón de cartas, de modo que sacaré fuerzas de gordura y seguiré adelante. Perdona el error en la metáfora. Tengo un sueño terrible. Anoche, mi prima Emily y yo estuvimos de visita en casa de unos vecinos. Había allí otras visitas y tan pronto como aquellas infortunadas criaturas dejaron la casa, la anfitriona y sus tres hijas las criticaron hasta cansarse. Yo sabía que otro tanto ocurriría con nosotras en cuanto nos fuéramos. Cuando llegamos a nuestro hogar, la señora Lilly nos informó que el sirviente de las vecinas parecía tener escarlatina; de ella se pueden esperar siempre noticias alegres como ésa. Tengo pánico a la escarlatina. Me acosté pensando en ella, y casi no pude dormir. Me revolví en la cama, soñé cosas horribles las pocas veces que dormité un poco, y a las tres desperté con fiebre, dolor de garganta y una horrible jaqueca. Supe que tenía escarlatina; me levanté, muerta de miedo, busqué en el libro de medicina casera de la prima Emily la lista de síntomas, y comprobé que los tenía todos. De modo que volví a la cama y, sabiendo ya lo peor, dormí el resto de la noche como un tronco. (Nunca he comprendido por qué un tronco tiene que dormir más profundamente que cualquier otra cosa, pero eso no viene al caso.) Esta mañana me sentía perfectamente, de modo que no es posible que haya tenido escarlatina. Supongo que, de haberme contagiado anoche, la enfermedad no se hubiera desarrollado con tanta rapidez. Claro que piensa uno en esas cosas a la luz del día, pero a las tres de la madrugada no razona nadie con mucha lógica.
»Supongo que te preguntarás qué estoy haciendo en Prospect Point. Bueno, siempre me ha gustado pasar un mes de verano en la costa y papá insistió en que viniera a la "selecta hostería" de mi prima segunda Emily, en Prospect Point. De modo que hace un par de semanas hice mi viaje de costumbre. Como siempre, el viejo "tío Mark Miller" me trajo desde la estación en su antiguo carricoche, con su caballo para todo servicio, como lo llama. Es un buen viejecito y me dio un puñado de caramelos de menta. Las mentas me han parecido siempre unos caramelos casi sagrados, seguramente porque la abuela Gordon me los daba siempre en la iglesia cuando yo era niña. Una vez, refiriéndome al olor que tienen, le pregunté si era "olor de santidad". No me gusta comer los caramelos del tío Mark porque los lleva sueltos en el bolsillo y tengo que separarlos de un par de clavos oxidados y algunas otras cosas antes de poder llevármelos a la boca. Pero no quise herir sus sentimientos y los fui dejando caer en el camino poco a poco. Cuando me hube desprendido del último, el tío me dijo, un poco regañón: "Usté no debe comérselas 'e un golpe, señorita Phil. Le va'doler la barriga".
»La prima Emily tiene sólo cinco huéspedes, sin contarme a mí: cuatro señoras mayores y un joven. Mi vecina de la derecha es la señorita Lilly. Es una de esas personas que encuentran gran placer en hablar detalladamente de sus dolores y enfermedades. No se puede mencionar ninguna dolencia sin que diga, sacudiendo la cabeza: "¡Ah, yo sé muy bien lo que es eso!" y sin que empiece a enumerar los detalles. Jonas dice que una vez le habló de ataxia locomotriz en el oído y ella contestó que bien sabía qué era eso; que lo había padecido durante diez años y que un curandero la había curado.
»¿Quién es Jonas? Espera un poco, Ana Shirley. Ya sabrás de Jonas a su debido tiempo. No se le puede mezclar con ancianas estimables.
»Mi vecina de la izquierda, en la mesa, es la señorita Phinney. Siempre habla con voz nerviosa y apesadumbrada; uno teme que se eche a llorar en cualquier momento. Te da la impresión de que la vida es para ella un valle de lágrimas y que una sonrisa, para no hablar de la risa, es una frivolidad reprensible. Tiene de mí una opinión peor que la tía Jamesina y, al contrario que ésta, ningún afecto para compensarla.
»En la esquina de la mesa se sienta la señorita María Grimsby. El día en que llegué le comenté que parecía que iba a llover, y la señorita María rió. Dije que el camino hasta la estación era muy bonito y la señorita María rió. Dije que aún quedaban algunos mosquitos y la señorita María rió. Dije que Prospect Point estaba tan hermoso como siempre y la señorita María rió. Si dijese a la señorita María: "Mi padre se ha ahorcado, mi madre ha tomado veneno, mi hermano está en la cárcel y yo estoy en las últimas a causa de la tisis", la señorita María reiría. No puede evitarlo. Nació así; pero es algo verdaderamente lamentable.
»La quinta dama es la señora Grant. Es una viejecita encantadora, pero, como solamente habla bien de todo el mundo, los diálogos con ella son poco interesantes.
»Y ahora le toca el turno a Jonás., Ana.
»El primer día vi en la casa a un joven sentado frente a mí, sonriéndome como si me conociese desde la cuna. Sabía, por habérmelo dicho el tío Mark, que su nombre era Jonás Blake, que estudiaba teología en St. Columba y que se había hecho cargo de la iglesia misional de Prospect Point durante ese verano.
»Es un joven muy feo; realmente, el joven más feo que he visto. Tiene una silueta desgarbada, piernas absurdamente largas, cabello rojo y lacio, ojos verdes, boca grande y orejas... bueno, prefiero no pensar en ellas mientras pueda evitarlo.
»Tiene una hermosa voz (con los ojos cerrados es adorable) y, ciertamente, tiene un alma buena y un carácter amable.
»Nos hicimos amigos en seguida. El hecho de haberse graduado en Redmond contribuyó a unirnos desde luego. Paseamos y remamos juntos y caminamos por la arena a la luz de la luna. Bajo esa luz no parecía tan feo; y era muy amable. En realidad, él desparrama amabilidad. A las viejas, con excepción de la señora Grant, no les gusta Jonás. porque se ríe y hace bromas y porque, evidentemente, prefiere la compañía de una chica frivola como yo a la de ellas.
»Por alguna extraña razón, Ana, no quiero que él me juzgue frivola, y eso es ridículo. ¿Por qué me ha de interesar qué opina de mí un señor de pelo colorado llamado Jonás., a quien nunca había visto antes?
»El sábado pasado Jonás. predicó en la iglesia del pueblo. Fui, desde luego, pero no pude convencerme de que era él el predicador. La idea de que era un ministro, o de que iba a convertirse en tal en el futuro, me parecía una broma.
»Bueno, Jonás. predicó. Y cuando llevaba diez minutos predicando comencé a sentirme tan pequeña, tan pequeña, que pensé que nadie podría verme a simple vista. Jonás. no dijo una sola palabra sobre las mujeres y no me miró ni una vez. Pero en aquel instante comprendí que yo era una mariposa frivola, de alma vacía, digna de lástima y terriblemente distinta de la mujer ideal de Jonás.. Ella habría de ser grande, fuerte y noble. ¡Él era tan honesto, tierno y veraz! Todo lo que un ministro debía ser. Me pregunté cómo había podido considerarle feo alguna vez (en realidad lo es), con esos ojos inspirados y esa frente de intelectual que ocultaban durante la semana los revueltos cabellos.
»Fue un sermón espléndido, que me hubiese gustado seguir escuchando eternamente, pues me habría hecho sentir muy feliz. ¡Oh, me gustaría ser como tú, Ana!
»Él me alcanzó en el camino, de regreso a casa, y me sonrió tan alegremente como de costumbre. Pero su sonrisa no me engañaría nuevamente. Había visto al verdadero Jonas. Pensé si él podría ver alguna vez a la verdadera Phil, a la que nadie, ni siquiera tú, ha visto aún.
»— Jonás. —dije, olvidando llamarle señor Blake. Fue horrible, pero hay ocasiones en que poco importan cosas así—, Jonás., ha nacido para ministro. No podría ser otra cosa.
»—No, no podría —dijo con sencillez—. Traté de ser otra cosa durante largo tiempo; no quería ser ministro. Pero finalmente llegué a convencerme de que ésa era la misión que me había sido encomendada y, con la ayuda de Dios, trataré de cumplirla.
»Su voz era baja y reverente. Pensé que él haría seguramente su trabajo y que lo haría bien y con nobleza; ¡feliz de la mujer capacitada para ayudarlo! Ella no sería una pluma llevada por los vientos de la fantasía. Ella sabría qué sombrero ponerse. Probablemente tendría uno solo, pues los ministros no suelen ser ricos. Pero no le importaría no tener más que un solo sombrero, o no tener ninguno, porque tendría a Jonás.
»Ana Shirley, no te atrevas a pensar, a sospechar y mucho menos a afirmar que me he enamorado del señor Blake. ¿Podría importarme a mí un teólogo pobre, feo y pelirrojo llamado Jonás.? Como dice el tío Mark, "es imposible y, lo que es más, improbable".
»Buenas noches.
»PD: Es imposible, pero tengo un miedo terrible de que sea verdad. Me siento feliz, desolada y temerosa. Sé que nunca podrá mantenerme. ¿Crees que podré convertirme alguna vez en la aceptable esposa de un ministro? ¿Esperará la gente que yo dirija las oraciones?»
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ANA LA DE LA ISLA
Teen FictionVol.3/8 En esta flamante etapa, Ana, junto a viejos y nuevos compañeros, dejará atrás los días de su infancia y descubrirá la vida en su plenitud; verá publicado su primer relato, e incluso recibirá su primera propuesta de matrimonio. Aunque no todo...