Un interludio

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-Pensar que hoy cumplo veinte años -dijo Ana a la tía Jamesina, que leía sentada en su silla favorita. Estaban solas en el salón. Stella y Priscilla habían salido a una reunión de la comisión y Phil se estaba preparando para una fiesta en las habitaciones de arriba. Ana se hallaba acurrucada sobre la alfombra con Rusty en el regazo.
-Supongo que te sentirás algo triste. Con los veinte se termina una parte muy hermosa de la vida. Estoy muy contenta de no haber salido del todo de esa época.
Ana rió.
-Usted nunca la dejará, tía. Tendrá todavía dieciocho años cuando llegue a los cien. Sí, me siento triste y un poco insatisfecha. La señorita Stacy me dijo hace mucho tiempo que a los veinte años mi personalidad estaría formada, para bien o para mal, pero yo no tengo la sensación de que haya ocurrido eso. Me parece que hay muchas lagunas en mi vida.
-Las hay en la de todos -contestó la tía alegremente-. La mía está resquebrajada en mil lugares. Tu señorita Stacy quiso decir probablemente que a los veinte años tu carácter habría tomado una u otra dirección y que seguiría desarrollándose en ese sentido. No te preocupes más, Ana. Pórtate como debes con Dios, con tus semejantes y contigo misma y trata de pasarlo lo mejor posible. Ésa es mi filosofía y siempre me ha dado buen resultado. ¿Dónde va Phil esta noche?
-A un baile; y tiene un hermosísimo vestido de seda color crema con encajes. Combina muy bien con el color bronceado de su tez.
-Hay cierta magia en las palabras «seda» y «encaje», ¿no es cierto? -dijo la tía-. Su sonido me hace sentir como si es tuviera preparándome para un baile. Y seda amarilla; me hace pensar en un vestido hecho con rayos de sol. Siempre soñé con tener un vestido de seda amarilla; pero primero mi madre y luego mi marido ni querían oír hablar de eso. Lo primero que haré en cuanto llegue al cielo será conseguir un vestido como ése.
Phil bajó, entre las risas de Ana, y se contempló en el gran espejo ovalado que había sobre una pared del cuarto.
-Un espejo lisonjero es indispensable -dijo-. El de mi habitación me hace sentir mala. ¿Estoy guapa, Ana?
-¿Realmente sabes lo guapa que eres, Phil? -preguntó Ana con honesta admiración.
-Desde luego que sí. ¿Para qué, si no, existen los hombres y los espejos? Pero no es a eso a lo que me refiero. ¿Tengo bien peinados los rizos? ¿Me cae bien la falda? Y esta rosa, ¿quedaría mejor más abajo? Tengo miedo de que esté demasiado alta.
-Todo está perfecto. Y ese hoyuelo es admirable.
-Ana, hay algo tuyo que me gusta particularmente... y es tu bondad. No hay en ti una partícula de envidia.
-¿Por qué habría de ser envidiosa? -preguntó la tía Jamesina-. Puede que no sea tan hermosa como tú, pero tiene una nariz mucho más bonita.
-Lo sé -concedió Phil.
-Mi nariz ha sido siempre un consuelo para mí -confesó Ana.
-Y me gusta cómo te cae el cabello en la frente, Ana. Y ese rizo rebelde que parece estar siempre a punto de caerse es delicioso. En lo que se refiere a narices, la mía ha sido siempre una gran preocupación para mí. Sé que a los cuarenta tendrá un forma espantosa. ¿Cómo te parece que seré a los cuarenta, Ana? -inquirió Phil.
-Una señorona casada.
-No -dijo Phil mientras se sentaba cómodamente a esperar a su escolta-. Joseph, bestia bíblica, no te atrevas a subir a mi regazo. No tengo ganas de bailar con pelos de gato. No, Ana, no pareceré una matrona. Pero sin duda me casaré.
-¿Con Alee o Alonzo? -preguntó Ana.
-Supongo que con uno de ellos -suspiró Phil- si es que alguna vez puedo decidirme.
-No deberías dudar -la regañó la tía Jamesina.
-Nací indecisa, tía, y nada conseguirá hacerme sentar cabeza.
-Deberías de ser más sensata, Philippa.
-Desde luego que es mejor ser sensata -afirmó Phil- pero eso lo hace todo más aburrido. En lo que se refiere a Alee y Alonzo, si los conociera comprendería por qué es tan difícil elegir entre ellos. Los dos son igualmente agradables.
-Entonces elige a alguien que sea más agradable aún -sugirió la tía-. Ahí está ese estudiante de tercero, que es tan devoto tuyo: Will Leslie. Tiene unos ojos grandes, hermosos y dulces.
-Son demasiado dulces; parecen los de una vaca -dijo Phil con crueldad.
-¿Y qué me dices de George Parker?
-Lo único que se puede decir de él es que parece siempre recién planchado y almidonado.
-Entonces Marr Holworthy; a ése no le encontrarás defectos.
-No; podría pasar, si no fuese tan pobre. Yo debo casarme con un hombre rico, tía Jamesina.
Eso y un buen aspecto son requisitos indispensables. Me casaría con Gilbert Blythe si fuera rico.
-¿Ah, sí? -preguntó Ana, algo picada.
-¿No nos gusta la idea, eh? Aunque Gilbert no nos agrada un comino -se burló Phil-. Pero no hablemos de cosas desagradables. Tendré que casarme algún día, supongo, pero alejaré ese día fatal todo lo que pueda.
-No te cases con alguien a quien no quieras, Phil, cuando llegue el momento -dijo la tía Jamesina.
-«Oh, los corazones que aman a la antigua. Están ahora pasados de moda» -citó Phil con tono de burla-. Ahí llega el coche. Me escapo. Adiós, damas anticuadas.
Cuando Phil partió, la tía Jamesina miró a Ana con seriedad.
-Esa chica es guapa, dulce y de buen corazón, pero, ¿no te parece algunas veces que no está bien de la cabeza, Ana?
-Oh, no creo que sean cosas de su cabeza -dijo Ana, escondiendo una sonrisa-. Es sólo su modo de hablar. La tía Jamesina sacudió la cabeza.
-Bueno, eso espero. Y lo espero porque la quiero. Pero no puedo comprenderla. No se parece a ninguna de las muchachas que conocí, ni a ninguna de las que yo fui.
-¿Y cuántas muchachas fue usted, tía Jimsie?
-Por lo menos media docena, querida.

ANA LA  DE LA ISLADonde viven las historias. Descúbrelo ahora