03. Nicotina.

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Acabo de despertar, tuve una pesadilla, aunque particularmente esta, más que miedo, sembró un vacío en mi alma. Es demasiado temprano, el sol ni siquiera se percibe en el horizonte y no tengo ganas de dormir, así que decido ir a caminar. Procuro ser lo más silencioso posible, mis padres se enojarían demasiado si se enteran de que salí de casa.

Estoy a la intemperie del asfalto, me alejo algunas calles, prendo un cigarrillo y me dirijo al cementerio. Sé que para muchos no tiene demasiado sentido o puede ser totalmente inmoral, pero me gusta la sensación de estar despierto con quienes duermen por siempre. En el camino me encuentro con una hermosa chica, luce un clásico vestido blanco, zapatos dorados, cabello largo de color negro, labios de tono cereza y lucía en su rostro la sonrisa más hermosa que he visto; era como apreciar todo el polo norte, puesto que era un paisaje celestial que congelaba mis entrañas. Yo quedé como un imbécil, tiré mi cigarro y le sonreí. Ella también me sonrió y me abrazo como si me conociese de toda la vida. ¿Esto es real? Fue la agridulce pregunta que rondaba en mi cabeza como una melodía interminable, pero al diablo, la abrace también. Ella me tomó de la mano y me indico que me acompañaría; yo quedé perplejo, pero continúe.

En el cementerio ella me señaló una tumba en la que podríamos acostarnos, así que le hice caso y como un sumiso le seguí. Estando allí me recosté, ella hizo lo mismo reposando su cuerpo sobre el mío. Minutos de silencio fueron las canciones que adornaron aquel hechizante momento, el cual fue irrumpido por aquella hermosa mujer que simplemente señaló el cielo, buscando una estrella que se cansó de brillar. Yo acaricie su cabello sin entender nada, aunque con el paso de los segundos, sentía que me iba a quebrantar del frío. Ella me volteó a ver, acarició una de mis mejillas y me señaló el nombre de la persona a quién pertenecía el sepulcro. Cuando me fijé no lo pude creer, mi nombre estaba allí y fue entonces cuando sentí una briza que congeló cada centímetro de mi piel; estaba totalmente inmóvil y mientras perdía la noción del tiempo, de las cosas, incluso perdía la luz en mis ojos, escuché una voz familiar que susurró en mi oído, "Es hora de irnos al sueño eterno, quizá allí seas feliz." 

Relativamente bien.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora