28. Dulce inexistencia. [Parte 1]

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El doctor toca la puerta con la mirada sumergida en tristeza, aunque sus labios se vestían de una sonrisa con falsas esperanzas. Se acercó lo suficiente a mí como para poder tomarme de la mano y justo antes de poder mencionar algo, toma un par de suspiros en busca de las fuerzas necesarias para lo que venía a continuación. Entre excusas injustificadas y argumentos sin razón, empezó a hablarme sobre todo mi proceso, dejando claro que ya no tenía ninguna elección. Antes de que terminará, quise adelantarme y al hacerle una mueca con el afán de hacerlo reír, le dije que quería casarme con él, previendo que todo acabará para mí pronto. Él quedó perplejo, seguramente porque las chicas sin cabello no son atractivas, especialmente si son adolescentes con carencia de atributos físicos socialmente idealizados. Tengo tantas cicatrices en mi cuerpo; algunas por accidentes, otras por lo que ahora son solo recuerdos. En conclusión, creo que no me aceptaría.

Sin siquiera esperarlo, puso su mano en mi mejilla y con los ojos llenos de lágrimas dijo, "Sí". La combinación de estas dos letras dio vida a una palabra tan profunda que podía escuchar a su corazón quebrantarse lentamente, mientras el mío tomaba algo de luz en medio de tanta obscuridad.

Él se dispuso a salir del cuarto cuando lo detuve con un reproche. Le expresé mi interés de tener un lindo vestido blanco, no como el de una princesa ni el de una novia cualquiera; quería uno que me hiciera ver como un ángel porque pronto me dispondría a volar en la dulce inexistencia. También le sugerí que esperaba consiguiera alguien que me llevará al altar porque mi padre se había marchado apenas mi corazón empezó a latir. Él se quedó en silencio por unos segundos mirando al suelo y sin siquiera poder voltearme a ver, levantó el dedo pulgar de su mano derecha haciéndome entender que así sería. Después de esto, solo continuó su camino y no lo volví a ver durante lo que restaba de día. Al quedar totalmente sola en mi cuarto pude percatarme de que mi prometido había dejado una carpeta junto a la mesa donde reposaban unas flores marchitas al igual que mi vida en estos momentos. La tomé con algo de curiosidad sabiendo en el fondo que lo que leería no sería nada alentador para mí. Me dispuse a detallarle cuando vi algunas fotografías mías de cuando recién ingresé al hospital, parecía ser un breve resumen del final de mi vida. Cada página que leía me devolvía en el tiempo, al menos a mi mente, porque mi cuerpo permanecía prisionero de esta infamia llamada realidad. 

Relativamente bien.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora