33. Dulce inexistencia. [Parte 2]

52 5 1
                                    

Horas más tarde sentía como mis días llegaban con brevedad a su final. Aunque me producía cansancio combinado con tristeza, podía sentir una pizca de paz. Muchos en mis zapatos habrían intentado hacer alguna estulticia o suplicarle algo de perdón a todos quienes hirieron sabiendo que pronto nada tendría sentido, pero mi vida fue diferente. Desde que tengo memoria el dolor ha sido el matiz que cubre los cielos de mis mañanas, así como el desprecio de quienes debían amar la luna de mis noches. Sin embargo, ahora todo es más claro porque la tormenta terminaría y el firmamento las puertas me abriría.

El sol surge lentamente por la claraboya de la habitación como un amante tímido en busca de deseo, y yo lo recibo con el placer de saber que pronto me casare. En realidad, no sé si el doctor sea mi príncipe azul o si en realidad este me quiera, pero no es algo que a estas alturas goce de la repercusión necesaria en mi mente.

Durante el tiempo en que enciendo la TV para ver algunos programas de detectives que van tras las mentes criminales, siento como alguien me observa detalladamente por medio de la ventana. Al girar mi cabeza en busca de esas miradas, encuentro allí a un hombre que adorna su cuerpo con luctuosas prendas y sus labios con una dulce sonrisa. Yo algo perpleja le invito a que siga al cuarto, a lo que él asiente con su cabeza. La forma en que me veía me hacía sentir tan especial como una pintura de Van Gogh en una exposición de arte europeo. Era simplemente agradable.

Intenté dialogar con él, pero su silencio eran sus palabras y su ternura sus gritos. Minutos después, de manera terriblemente honesta le confieso que pronto moriré con el afán de generar un cambio en su rostro, pese a esto, él no menoscaba sus gestos. Una y otra vez intenté entablar una conversación con él, pero fue en vano. La mudez que lo cubría me decía lo suficiente y, mis palabras resultaban ser tan vacías para sus oídos.

De repente escuchaba como los pasos del doctor me avisaban que venía hacia donde me encontraba, y pude percibir como las manos de aquel hombre empezaron a temblar mientras se movilizaban hacia uno de sus costados. Seguramente le daría una carta de felicitaciones por sus servicios, todos sabían que mi amado era el mejor, al menos para mí, y eso bastaba. Por alguna razón los segundos parecían avanzar cada vez más despacio, hasta que la puerta empezó a abrirse lentamente, y un brillo de lucidez metálica apareció rápidamente siendo sujetado por la muñeca izquierda del sujeto con fúnebres vestimentas.

Relativamente bien.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora