39. Nelly.

53 4 0
                                    

Y de repente, toda mi vida sucumbió en un cambio indeleble el cual nunca pedí. Todo pasó frente a mis ojos, pero, nunca tuve el valor de aceptar que la esperanza fue solo una lenta tortura que arruino mi corazón.

Recuerdo que eran alrededor de las 16:00 horas, el pronóstico del clima auguraba una tormenta, aunque nunca se me paso por la mente que no solo el cielo se quebrantaría en lágrimas durante toda esa noche. En ese momento, me encontraba en la sala de cuidados intensivos, sonriéndole a la tragedia ajena de quienes me rodeaban. Intentaba darle animo a quienes se lamentaban por el tiempo perdido, haciéndoles creer que todos tenemos una segunda oportunidad.

Bien, me equivoque. En ese momento no tuve el valor para ver a mi madre, con observarla en la mañana sumergida en un sueño forzado y con el desalentador pronóstico de los médicos fue más que suficiente. Una parte de mi creía que todo estaría bien, pero las probabilidades no estaban a mi favor. Mi única alternativa fue arrodillarme ante el inmaculado y rogarle por algo de ayuda. Erróneamente creí que mis suplicas serian escuchadas. Luego de esto nos retiramos con ella incluso si estaba dormida profundamente en el mismo tiempo que su corazón era asistido por maquinas.

Siendo las 20:00 horas, estaba con uno de mis primos caminando y pensando en todos los viajes, momentos y lugares que estaban pendientes por tomar apenas ella despertara. La ilusión consumía mi alma y el deseo de poder darnos nuevamente un abrazo hacía que cada minuto fuera una eternidad. Todo iba bien, al menos, eso creía en medio del frio que abrazaba toda la cuidad.

Una hora y un poco más, alrededor de las 21:16 horas, estaba en la sala junto a 3 familiares y mi hermana cuando de repente una hermosa, grande y gris mariposa apareció de la nada paseándose por toda la casa. Lo peor estaba por venir y no lo sabíamos. En ese momento solo pensé en la dicha que le habría dado a mi madre ver esa mariposa, ella amaba la naturaleza; ella era una luz llena de vida.

Sin medir cuentas, mi teléfono sonó unos 50 minutos después y no saben cuánto anhele no haber recibido esa llamada. Era mi padre, sonaba algo quebrantado al informarnos que nuestra peor pesadilla se había hecho realidad, que debíamos volver a la clínica, pero, esta vez no a la sala de cuidados intensivos, en esta ocasión, la morgue era nuestro punto de encuentro.

No supe que decir, no tenía una respuesta ni un plan de acción. Recuerdo que mi vista se nublo y cerré los ojos teniendo una secuencia aleatoria de recuerdos a mi madre en el mismo tiempo que una sensación de pérdida se clavó en mi alma como lo haría una espada que atraviesa el corazón de una de sus víctimas de formas irreparables y fatales.

Lo único que pude hacer fue abrir los ojos totalmente encharcados, no solo de lágrimas, sino también, de la poca inocencia que podía tener un niño de 14 años que siempre estuvo bajo los brazos y protección de su madre.

El camino a la clínica fue mi último sorbo de esperanza, en especial, porque intentaba convencerme a mí mismo diciéndome una y otra vez que se trataba de un error médico, que fue una llamada precipitada y que su pulso no se perdió para siempre. Como pasa en las películas donde el personaje principal nunca muere y el final feliz aguardaba por nosotros.

Al llegar en medio de una suave llovizna, la cara de tragedia de todos a mí alrededor, en especial, de mi padre, derrumbaba poco a poco mi utópica esperanza. Por alguna razón, mi corazón y mi mente aún se resistían a aceptar la cruda y desafortunada realidad. No se supone que una excelente mujer de 33 años pierda su vida en su mejor punto, no se supone que el pilar de un hogar se desvanezca de la nada. Tuve que tomar aliento cuando nos llamaron para seguir a la morgue, debo admitir que fue el recorrido más largo que he dado en mi vida a pesar que se trataba de unos 20 metros. Cada paso que daba inundaba mi mente de su esencia, de los buenos momentos que compartimos juntos, e incluso, del anhelo astral que al llegar a aquella fría sala ella estaría sentada con sus brazos abiertos esperándome con una hermosa sonrisa, con sus ojos verdes llenos de vida.

Desafortunadamente, cuando entre a ese cuarto se encontraba allí una camilla en la que reposaba una especie de manta negra que aguardaba un secreto dentro de ella. Cuando nos dispusimos a retirarla vi entonces todos mis sueños irse al suelo, todas mis promesas quebrarse en mil pedazos, todas mis ganas de seguir existiendo parecían perder su valor, y al igual que las torres gemelas, colapsé en llanto sin ningún consuelo.

Quizá, ese día, un 26 de marzo de 2014, para el mundo su muerte no significo más que un pequeño grano de arena que se perdió en la marea eterna de la muerte. Quizá, para mí, desde ese día la vida perdió muchos de sus matices y ahora intento aplicar sus enseñanzas, haciéndola sentir orgullosa de alguna manera, sea donde sea que se encuentre.

Sin nada más que decir, te amo con todo mi corazón, mamá. 

Relativamente bien.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora