Capítulo 33

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–Tenemos que irnos de acá– Le susurré como pude– Ahora, por favor– Insistí

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–Tenemos que irnos de acá– Le susurré como pude– Ahora, por favor– Insistí. 

–¡ESTO ES LO QUE SOMOS HERMANO! – Me gritó furioso ante mi negativa, y cerró la puerta de un duro golpe tras nosotros.

–¿A caso te volviste completamente loco? – Lo acusé por lo que me había traído a hacer – ¡Me niego a participar en tus juegos!

–Esto es lo único que te va a hacer olvidar, estos – Dijo señalando a la parejita que colgaba del techo – Solamente son ratas – Agarró un cuchillo e hizo un corte profundo en una de las piernas de la chica, de cabello azul, provocando que esta despertara y comenzara a gritar al comprender la situación, y obviamente, por el dolor – Y a las ratas, uno tiene que eliminarlas.

–He dicho que no.

–¿Te cuento algo hermano? – Empezó Joaquín a hablar, luego de un minuto de silencio de su parte, puesto que ahora ambos jóvenes estaban despiertos y gritando – Aun recuerdo cuando conociste al rubio este.

–Pablo – Le corregí – El rubio se llama Pablo. 

–Pablo, bien – Me dijo – Recuerdo cuando lo conociste. Fue en una fiesta de hermandad. Ese era tu día de escoger a la victima, y lo elegiste a él. Nunca entendí por qué, él no se acoplaba a tus gustos y aún así lo escogiste. Así que... ¿Por qué a él?

–Fue por su sonrisa – Le dije. Recordaba perfectamente que su maldita sonrisa era lo que me había hecho elegirlo. Él parecía tan desubicado en aquella fiesta, era como un indefenso conejito en una reunión de leones. Recuerdo haberlo observado solo por la curiosidad de saber que hacía allí, era obvio que no era su ambiente. Recuerdo hablarle, y luego recuerdo verlo sonreír con total confianza, aún cuando los demás estaban burlándose de él. En ese momento había pensado en matarlo por creerse mejor que los demás al mostrar esa estúpida sonrisa que me había irritado de inmediato. Lo que nunca había pensado era que iba a terminar por enamorarme esa misma noche.

–¿Su sonrisa? – Me cuestiono sin entenderlo. No iba a explicárselo, igualmente él jamás sabría comprender todo lo que había pasado aquel día.

–Si, pero... dejemos el tema – Le dije, no quería pensar más en Pablo – Eso ya es pasado.


La puerta se abrió de repente, me di vuelta de un salto. El sonido me había sorprendido totalmente. 

–Amigo ¿Podrías callar a tus cerdos? Están poniendo nerviosos a los míos – El hombre que había cruzado la puerta y ahora conocía nuestro rostro, quería que matemos de una vez a las personas que teníamos en la habitación. Comencé a inquietarme.

–Si, disculpá – Le contestó Joaquín con sus perfectos modales fingidos. Y él se retiró – ¡Maldición! – Comenzó a lanzar insultos al aire mi hermano – ¡Olvidé poner la puta traba en la puerta!

–No me digas – Le contesté nervioso. Ahora si deseaba matar a alguien, pero no era a quienes colgaban frente a mí, sino al hombre de bastante avanzada edad que ahora podría reconocerme a dónde fuese – Hay que matarlo a él – Le dije firme a mi hermano.

–¿Y ahora quién es el loco? No podemos matar a los clientes.

Y así nos enfrascamos en una, cada vez más acalorada discusión, sobre matar o no matar al hombre.

Hasta que terminé hartándome, y decidí tomar el control.

–Se va a hacer lo que yo diga – Caminé firme hacia la mesa, y agarré un par de cuchillos. Luego me puse una máscara, que por milagro estaba también ahí, y salí por la puerta.

Comencé a abrir las puertas que no tenían seguro, en busca del hombre que me había visto. En algunas, vi cosas tan espantosas que hubiesen perturbado a cualquiera, menos, por supuesto, a mi loca familia, que a pesar de estar en contra de lo que estaba haciendo, se estaban partiendo de la risa por lo que veían. Aunque Joaquín no dejaba de reclamarme que ya no íbamos a poder volver, que era una lástima, que el sitio le gustaba.

Luego de muchos fallos, al fin encontré al hombre. Para mí suerte, su puerta se abrió, y lo hallé en una situación demasiado vulnerable. Todo era perfecto. Matarlo solo me tomó un segundo.

Y me dispuse a marcharme, pero no sin antes, dejar un rastro de cadáveres tras mis pasos. No podía dejar vivos a quienes me habían hecho llegar. 

Me justifiqué con eso, sí, pero la verdad era que había disfrutado todo. A fin de cuentas, no había matado a ningún inocente. Esas personas merecían lo que yo les había hecho para cubrirme. Y mi hermano tenía razón, si me sentía mejor ahora. 



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Múltiple [Suspendida indefinidamente]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora