Miré desde el umbral de la puerta al angelito de pelo dorado y recordé una de las reglas principales de mi entrenamiento: nunca había que subestimar al enemigo. Emily parecía inofensiva, pero no podía fiarme.
Carla me había recomendado que fuera firme, pero suave.
— ¿Estás lista para que el señor McCann te saque de la cuna? — Le pregunté suavemente....
Un intenso y desagradable olor me hizo detenerme en seco en medio de la habitación. Puag… Fuchila. Que asco.
La pequeña zarandeó la barandilla de la cuna.
— Fuera — ordenó, como temiendo que yo fuera a cambiar de opinión.
Había servido en los marines. Me había enfrentado a peligrosos traficantes de drogas. El pañal de un bebé no podía ser algo tan malo. ¿O si? Tapandome la nariz con una mano me acerque cauteloso a la cuna. Y acababa de alcanzarla cuando la criatura se dejó caer sobre su trasero. El olor se intensificó. Puag… Joder. ¿Y que come esta nena? Esta podrida.
— Vamos. No puedo dejarte ahí así — ¿O sí?
La niña rió mientras la tomaba en brazos para sacarla de la cuna. Enseguida la deje sobre una especie de mesa con una cubierta de plástico y una sorprendente cantidad de productos dispersos a los lados. Carla me había contado algo realmente importante sobre el asunto del cambio de pañales, pero no lograba recordar de qué se trataba. Ya había tenido suficiente como para además ponerme a hacer esfuerzos de memoria. Tiré del pantalón del pijama de la niña y se lo quité, liberando sus regordetas piernecitas. El fétido olor se intensificó.
Mantente tranquilo y centrado. Conten la respiración. Si lo haces estaras muerto, y como poco terminas loco. Jollines esta nena nada mas era chiquita. Pero era peor que una cloaca.
Me agaché para buscar algo con que limpiarla cuando le hubiera quitado el pañal.
— Se supone que debes atarla — dijo Adriana desde el umbral, sorprendiéndome.
Alcé la mirada y vi a Emily inclinándose precariamente por el borde de la mesa. Me irgui de un salto y alejé a la niña del borde. Sí, eso era lo que me había dicho Carla.
— Gracias. Estaba a punto de hacerlo — estupendo. Estaba dando explicaciones a una niña de tres años.
Emily protestó contra su confinamiento soltando un alarido que se transformó enseguida en un sollozo.
Adriana se acercó y me alcanzó un bote de plástico.
— Aquí están sus toallitas.
— Gracias. Estaba a punto de sacarlas — grité para hacerme oír por encima de los alaridos del ¿angelito?
Me preparé para la acción. Solté las chapas del pañal. ¡Menudo montón de...! Miré el bote de las toallitas y luego el trasero manchado de Emily . ¿Y se suponía que debía limpiárselo con aquellas ridiculas toallitas? Imposible.
Rápido como el rayo, desaté a la niña y le quité el resto de la ropa. Luego, sujetándola contra mi costado, corri al baño. Los alaridos cesaron de inmediato.
Abri el grifo, y me aseguré de que el agua no estuviera demasiado caliente y coloqué el culito de la niña bajo el chorro. Emily rió, encantada.
— Te comprendo. Yo también me sentiría mucho mejor si me hubieran quitado toda esa... sustancia de encima.
Alce la mirada y vi a la tia y a Lili reflejadas en el espejo. No me había dado cuenta de que tenía audiencia. Por fortuna, no había hecho una chorrada.
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Movi la cabeza aturdida ante lo que habia visto, mientras salía con Lili de la perfumada habitación de Adriana. Yo apenas sabía nada de niños, incluso asi podía reconocer cuando alguien carecía por completo de experiencia.
— Voy a llamar a la agencia para comprobar sus referencias. Si ese hombre tiene experiencia como niñero, te doy permiso para que me embadurnes de mantequilla y me llames galleta.
Sigaaaaaan ---->>>