— ¿Se ha preguntado en algún momento por qué su sobrino ha ideado hoy un juego tan agresivo? Atarme con cinta de empacar no es el típico juego de un niño, pero supongo que es algo bastante habitual para Leo, y sospecho que la cosa ha empeorado últimamente, ¿no?
La perspicacia de Justin me tomó fuera de base. Hacía más o menos un mes que Hanna no dejaba de quejarse de que Leo era cada vez más... travieso.
— Sí, así es.
— Yo no le he preguntado por qué lo ha hecho; eso es evidente. Le he preguntado por qué estaba tan enfadado. ¿Tiene alguna idea de lo que me ha contado?
— No — Yo ni siquiera había reconocido el enfado de Leo.
— Un grupo de niños del colegio lo llaman trolo.
— ¿Qué? ¿Y por qué no le ha hablado a nadie de ello? Nuestra familia está muy unida. Si uno de nosotros tiene un problema, todos lo tenemos. Disculpe mi franqueza, pero, ¿por qué iba a confiar Leo en usted?
Justin se encogió de hombros y un impresionante número de músculos se movieron bajo su camiseta.
Ayyy no. Chamuco sueltame no me tientes más.
— Me ha dicho que había tratado de hablar con su padre, pero que este nunca tiene tiempo para hacerlo —el tono de Justin no reveló ninguna crítica. Su expresión permaneció impasible —. En cuanto a su mamá y a usted, no lo sé. Tal vez quería hablar con un hombre.
— Supongo que eso tiene sentido. Joe es un buen tipo, pero pasa casi todo su tiempo laborando. Pero lo cierto es que me habría gustado que Leo hubiera confiado en Hanna o en mí.
Justin volvió a encogerse de hombros.
— Él y yo hemos hablado. Es un niño muy listo. Me ha dicho que en realidad no le importa lo que piensen los demás, pero que está harto de oírlos. Quiere hacer algo para acallarlos y cree que con unos cuantos buenos eructos lo conseguirá. Supongo que merece la pena que lo intente.
Yo supuse que aquello debía ser el típico asunto de «machitos», porque no entendía nada.
— Solo a Leo se le habría podido ocurrir un plan así. ¿Piensa someterlos basándose en eructos? Es todo un clásico.
Justin se apoyó contra el respaldo del asiento y sonrió.
— Es brillante. Pocas cosas impresionan más a los niños que una sonora expulsión de gases.
No había duda de que era un método innovador. Yo estaba dispuesta a reconocerlo, pero no pude evitar bromear al respecto.
— Menos mal que ha decidido eructar en lugar de...
Justin sonrió y los bordes de sus ojos se arrugaron atractivamente.
— En realidad, señorita Benson, estoy escandalizado — bromeó.
— Pues no se escandalice, señor McCann. He sido vecina de Lili durante más de diez años. Soy bastante conservadora, pero no soy una mojigata. Y nunca he escandalizado a nadie, a menos que contemos la ocasión en que me negué a diseccionar una rana en clase de biología — normalmente tampoco balbuceaba, pero la sonrisa de aquel hombre me reducía a una especie de papilla sin cerebro.
Su mirada miel me llegaba a lo más hondo, haciéndome sentir peligrosa y más que un poco vulnerable. Movi la espalda contra la librería contra la que estaba apoyaba, pero no aparté mi mirada. El destello de deseo que leí en sus ojos hizo que se me acelerara el pulso. Jamaica podría ser aquello. La gruesa alfombra que había a mis pies se convirtió en arena, el lento girar del ventilador del techo en una cálida brisa del Caribe, la tenue luz reinante en los rayos del sol a través de la sombrilla... ¿Estabamos en Jamaica o en Mendoza? ¿Pero importaba algo al margen de la atracción que se arremolinaba entre nosotros?