Colgué el teléfono y fui lo más rápido posible a la biblioteca. Llamé al despacho de Joe y Alexia me puso con mi hermana.
—¿____? ¿Cómo va todo? ¿Están bien los niños?
—Los niños están perfectamente....
—¿Qué tal la nueva niñera? No se habrá ido ya, ¿no? ¿Es ese el motivo por el que estás en casa? —por fin, Hanna hizo una pausa, aunque no podía saberse si era para respirar o para que yo le respondiera. Si no fuera porque sabia que a Hanna le habian estirpado las amigdalas hacia unos años, se habria atragantado con ellas. Pobre hermana mia habia desperdiciado su futuro como locutora de cien palabras en tres minutos.
Elegi mis palabras con cuidado. Necesitaba algunas respuestas, pero no quería asustar a Hanna.
—¿Nannies World tiene buena reputación?
—Ya conoces a Joe; él solo elige lo mejor. Nannies tiene las mejores niñeras del país. De momento, estamos contentos con las que nos han enviado, aunque ninguna ha sabido apreciar la alegría de vivir de los niños. No parecen ser capaces de hacer frente a su sentido de la aventura y a su alto nivel de creatividad.
Mi mente se llenó de visiones de Justin desnudo de cintura para arriba, atado y amordazado. Si, los niños rebosaban de alegría de vivir. Me dejé caer en un sillón, aliviada al saber que Justin era lo que decía ser. Una vez más, mis instintos habían fallado mientras mi lógica había prevalecido.
—El nuevo niñero es... bastante poco ortodoxo, diríamos. Y no, aún no se ha despedido.
—Ser poco ortodoxo está bien. No tengo ningún problema con eso. Puede que sea justo lo que los niños... ¿Has dicho niñero? ¿Es un hombre?
—Sí.
—¡Qué interesante! ¿Y qué tal es?
Más apetecible que una tarro gigante de helado de chocolate, y justo como me lo receto el doctor.
—No puede decirse que sea la típica niñera. Por eso quería asegurarme de que confías en la agencia que lo ha mandado.
—¿Han sido buenos los niños? —preguntó Hanna con una nota de optimismo en la voz.
—«Buenos» es un término relativo. Dieron la bienvenida al nuevo niñero atándolo con cinta de empacar, le cortaron la camisa y le pintaron con un rotulador de tinta permanente.
—Me alegra tanto que lo estén pasando bien y que se lleven bien con él... Pero no debería dejar que los niños jugaran con tijeras. Joe está tan tenso que no necesita más problemas. Estoy muy preocupada por él.
—¿Y por qué está tan tenso?
—Dice que por nada, pero cuando ese chico le robó el ordenador alucinó. Y ya sabes que Joe no suele alucinar.
A lo largo de los diez años que Hanna y Joe llevaban casados, yo nunca había visto «alucinar» al firme y formal Joe. Pero Hanna era otra cosa. Para ella, alucinar era como cocer y cantar.
—¿Seguro que no estás exagerando?
—Estuvo a punto de desmayarse. Y ya sabes que yo reconozco un desmayo cuando lo veo. Si yo puedo ocuparme de suavizar las cosas aquí durante el resto del viaje y vos te aseguras de que el niñero no se vaya, creo que todo irá bien.
—No te preocupes. Yo me ocuparé de que todo vaya bien por aquí —dadas las circunstancias, no podía confiar a Joe mis sospechas de que alguien había estado husmeando en su despacho. A fin de cuentas, poco podía hacer desde Bogotá. Además, yo era capaz de manejar la situación. Pero podía hacer que Joe confirmara o negara sus sospechas sin necesidad de asustarlo.