XXIV

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La quemazón en sus brazos eran cada vez más constantes e insoportables, y eso llevaba al joven Plisetsky a rascarse la piel de forma desenfrenada hasta saciar esa terrible y asquerosa sensación que se escabullía bajo su dermis, arrastrándose de forma viscosa como si fuesen miles de larvas. Sus ojos temerosos seguían el movimiento de estos parásitos bajo su nívea piel, incitando al rubio a rascarse con más fuerza hasta que el característico y agudo dolor se hacía presente, sus uñas impregnadas con sangre y su brazo hecho un desastre. Cuando el dolor desaparecía y su respiración volvía a la normalidad, se percataba de que no había rastro de los parásitos deslizándose bajo su piel, porque en verdad nunca estuvieron ahí, porque todo estaba dentro de su paranoica imaginación.

No tenía su celular para verificar la hora, pero supuso que aún era temprano al notar apenas un pequeño y cálido rayo de sol atravesando su ventana, por lo que aprovechó de limpiar los vestigios de sangre y curar las herida con un botiquín de emergencias que guardaba en su armario. Limpió las heridas y vendó sus brazos con cuidado,  cada vez se le hacía más doloroso hacerlo debido a las heridas anteriores que inflamaron su piel dejándola muy sensible al tacto, y estas nuevas apenas habían parado de sangrar. El roce con cualquier cosa, sobre todo con la ropa, le causaba un terrible dolor, pero este dolor era mucho más soportable, ya que no se trataban de profundos cortes sino de rasguños superficiales que no atravesaban más allá... pero que, al igual que un rasguño de gato, eran dolorosos y dejan una fea marca.

Una vez terminada la curación, observó ambos brazos y maldijo por lo bajo. ¿Por qué de nuevo?, ¿por qué no podía detenerse aún cuando sabía que lo que hacía era tonto y no servía más que para coleccionar cicatrices?. Su excusa era que debía combatir el dolor con más dolor... pero no había forma de calmar la angustia en su pecho, el agónico dolor que por las noches le quitaba el sueño; su única cura era poder ver a Viktor de nuevo, tocarlo, besarlo... Lo de sus brazos no era más que una simple anestesia para ese dolor.

– Tengo sed – Pasó una mano por su garganta, tragando saliva adolorido. –

Salió de su habitación intentando no hacer ruido, caminó hasta la cocina y llenó un vaso con agua, vaciando su contenido casi de un solo trago. Se quedó un buen rato con el vaso en la mano, con la mirada fija en la oscuridad de su sala. Suspiró y decidió que intentaría dormir un poco más, era sábado por lo que no tenía que levantarse temprano y la florería abría más tarde.

Dejó el vaso sobre la mesa de la cocina y regresó a su habitación, pero una vez se recostó en la cama no logró conciliar el sueño.

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– ¿En serio? – Fue su enorme sorpresa al ver como su abuelo le regresaba el celular. –

– Así es, me di cuenta que es importante que estés comunicado, ya pasó una semana y lograste sobrevivir sin este aparato – Le entregó el celular – Pero no te quiero ver pegado a la pantalla, menos en horas de trabajo ni en la escuela. –

Inmediatamente encendió el teléfono y sonrió al ver su adorado fondo de pantalla con un tigre. Antes de abrir sus redes sociales, fue al directorio de sus contactos y buscó el número de Viktor, pero no lo encontró. Se percató también que todos sus mensajes habían sido eliminados, había perdido por completo la forma de comunicarse con el artista.

Todo tenía sentido ahora, su abuelo no le entregaría el celular sin antes asegurarse de eliminar todo lo relacionado con Viktor y así no poder contactarlo.

– Viejo astuto... – Susurró mirando de reojo al anciano que comenzaba a abrir las puertas de la florería. Estaba seguro que Nikolai estaba sonriendo por su fechoría. Esto le serviría como lección para aprenderse los números de las personas que graba en su celular...Y que debía colocarle una clave.

Steady LoveWhere stories live. Discover now