XXIX

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Si pensó que ser suspendido era un terrible castigo, no se comparaba con el sermón que le dio su abuelo al enterarse de todo. El director de la escuela había llamado al apoderado de Yuri aún cuando el rubio le dijo que no era necesario porque él mismo lo haría, pero el muy desgraciado agarró el teléfono y marcó el número de Nikolai apenas su alumno salió de la oficina.

Cuando su ropa estuvo seca y por fin el manto de nubes grises se disipó, cesando así el diluvio, regresó a la florería con una inmensa satisfacción que afloraba desde su pecho. Se había pasado toda la mañana y mitad de la tarde en el departamento de Viktor, acostados y cobijados en la gran cama del albino. Entre besos y caricias volvían a enredarse en las sábanas profesando su amor sin omitir palabras, solo bastaba un mirada para transmitir su adoración mutua. Yuri ya no sentía frío, ya no estaba de mal humor, había olvidado su suspensión, había olvidado el asunto del video, todos sus problemas se habían esfumado una vez esos grandes y protectores brazos rodearon su cuerpo. Pero cuando llegó la hora de regresar y enfrentar la realidad frente a su abuelo, todo el regocijo se fue a la misma mierda.

Nikolai lo tuvo prisionero, sentado en el sofá de la sala, por casi una hora regañándolo por su inaceptable comportamiento. Le comentó todo lo que habló con el director de la escuela, sobre el video y por supuesto, los días de suspensión que debía cumplir. Yuri no hizo más que encogerse de hombros y hundirse en su asiento, completamente avergonzado. El menor ni siquiera se atrevía a refutar sus palabras, porque simplemente no tenía cómo hacerlo, y no le quedó más que quedarse callado y escuchar la fuerte reprimenda. Sabía que su abuelo estaba realmente enojado cuando elevaba la voz más de lo normal, su frente se llenaba de pequeñas arrugas y lo apuntaba con el índice, el dedo acusador. El tema de la suspensión era grave, porque quedaba registrado su mal comportamiento, y lo que menos quería era que vieran a su querido nieto como un chiquillo problemático, aún cuando era bastante complicado tratar con él, sabía que daba su mejor esfuerzo por mejorar su actitud irreverente. El cansado anciano suspiró apenas luego de agotar sus pulmones por tanto hablar, le dio un severo castigo a su nieto de no salir durante sus días de suspensión, y eso implicaba no poder ver a Viktor, que fue lo que más le dolió a Yuri. Debía trabajar esos días en la florería y en la tarde como siempre hacer los deberes de la escuela; aparte de todo eso, le exigió escribir una carta de disculpas al director, y aunque el adolescente protesto por eso último no consiguió más que una severa mirada. Yuri aceptó el castigo y, resignado, volvió a su habitación sin siquiera encender la luz, arrojó su mochila al suelo para terminar lanzándose a la cama boca abajo. Ahogó varios insultos contra su almohada, insultos dirigidos hacia la maldita escuela y a él mismo, por estúpido.

Giró sobre su espalda desasiéndose en un largo suspiro, con la mirada fija en el techo metió su mano al bolsillo delantero de su pantalón y sacó el celular. Rápidamente le envió un mensaje de texto a Viktor, necesitaba hablar con él, su único consuelo era poder oír su voz.

"¿Estás ocupado?, ¿Puedo llamarte?"

Dejó el celular reposar sobre su pecho, esperando con los ojos cerrados la respuesta de su novio que, para su buena suerte, no tardó en llegar. El aparato vibró y rápidamente abrió el mensaje para leerlo.

"Claro que puedes llamarme, para ti nunca estoy ocupado"

Sonrió al leer esas palabras sintiendo sus mejillas flamear. Sus brillantes orbes buscaron el número de Viktor en el listado, el cual estaba destacado como favorito, y marcó ansioso escuchando el tono de llamada, esperando que el albino contestara.

— Buenas noches, Yuri — Contestó por fin Viktor al otro lado del teléfono con una aterciopelada voz que logró erizar la piel del rubio — ¿Ya me extrañas? — Dijo coqueto para reír luego. —

Steady LoveWhere stories live. Discover now