CAPITULO 11

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—Todo fuera —lo detuvo Red—. Los bóxers también.

Kálay obedeció y entonces se dio cuenta de lo que estaba a punto de pasar.

Red reaccionó al instante.

—Un momento, ¡eres reparador! —se sorprendió.

—No, no soy reparador.

—Solo un reparador llevaría un órbex —lo señaló.

La pequeña cara de Red se contrajo abriendo desmesuradamente sus ojos. Kálay se lo quedó mirando, intentarle explicar por qué lo llevaba era del todo absurdo, su historia era demasiado complicada como para explicarla en dos palabras.

—Me lo colocaron por accidente.

Red se acercó a él.

—Aquí no lo vas a necesitar. Además, te matarían para obtenerlo si se supiese que lo llevas. Lo mejor es que te lo quites. —Lo miró a los ojos.

—No sé cómo extraerlo.

Winter, a su lado, lo miró con los ojos muy abiertos. «Un reparador, Kálay es un puto reparador». No podía creer lo que estaba viendo. Cogió unos pantalones del suelo y una sucia camiseta y se vistió. A su lado, Kálay permaneció inmóvil. Un simple movimiento de cabeza de Red fue suficiente para que Hal, junto con dos hombres más, tumbasen a Kálay en el suelo. Dos minutos después le habían extraído el órbex para entregárselo a Red que, una vez en sus manos, lo observó como el que mira el tesoro más preciado que se pueda poseer.

Con la mano en la herida que le había dejado el órbex, Kálay se incorporó para recoger del suelo unos pantalones y una camiseta. Le dolía la herida que no paraba de sangrar y como pudo se vistió, primero el pantalón, hubiese sido demasiado pedir que hubiese sido de su talla, así que utilizó una de las cuerdas que había para evitar que se le cayera. Cogió la camiseta y con dificultad se la colocó.

Winter seguía a su lado, mirándolo, sin decir palabra. Se sentía traicionado y engañado por aquel tipo. ¿Pero qué podía esperar? Apenas hacía unas horas que lo había conocido y no sabía nada de él. Que había provocado una variación en la historia le había dicho, pero el muy hijo de puta se le olvidó decirle que era reparador. Hacía muchos años que se movía solo y así iba a continuar, pensar que tal vez había encontrado por fin un amigo fue el pensamiento más absurdo que pudo tener.

Red hizo un gesto con la mano, se dio media vuelta y sin dejar de mirar el órbex que tenía en sus manos desapareció.

Siguiendo órdenes, Hal condujo a los chicos de nuevo a las caóticas entrañas del Arca. Kálay caminaba con dificultad presa del dolor que la herida le había dejado con la extracción del órbex. Junto a él, Winter caminaba erguido, sin dirigirle la palabra, para él, Kálay simplemente había dejado de existir.

Después de recorrer varios pasillos, Hal se detuvo junto a un estrecho corredor lleno de nichos. Había un total de tres pisos a cada lado. Varios hombres salieron de sus huecos para recibir a los recién llegados.

—Branar, Flag, os dejo a cargo de los nuevos, enseñadles esto y explicadles las normas —dijo Hal antes de darse media vuelta para irse por donde había venido.

Branar, se los quedó mirando. Tenía unos vivos ojos de color verde que contrastaban con el constante ceño fruncido y cara de pocos amigos. Como a todos los demás, la espesa barba impedía poder definir bien la edad de ninguno de ellos. Todos vestían ropas viejas y raídas y muchos solo llevaban puesto el pantalón dejando al descubierto sus sucios y sudorosos torsos. El calor en todo el Arca era prácticamente insoportable debido a las llamas que surgían de aquellos contenedores que había por todas partes. Nada que ver con la gélida temperatura que se habían encontrado al llegar.

—Yo soy Branar, estáis en el nivel 7, mi nivel. Nada pasa sin que yo me entere. Si creéis en algún dios olvidadlo, yo soy ahora vuestro único dios. Y Flag es mi mano derecha —lo señaló—. Él os informará de todo lo que debéis saber.

—Podéis coger ese nicho de ahí, hay dos puestos libres —señaló Flag hacia uno de los cubículos excavados en la roca que había en la parte inferior.

—Prefiero no estar con este, si es posible —dijo Winter con desprecio.

Kálay levantó la cabeza y lo miró encogiendo los ojos.

—Ningún problema, esos dos de ahí también están vacíos, pero son más pequeños.

—Este mismo me irá bien.

Flag asintió. Los problemas entre aquellos dos no eran de su incumbencia.

—Escuchadme bien —empezó a explicar Flag—. Estas son las normas del Arca: cada uno se vigila su culo, si alguien queda atrás, tú continuas, así que espabilaos o antes de que os deis cuenta estaréis en el estómago de algún necrófago. Los alimentos se os darán por las tareas realizadas. Si no se trabaja, no se come. La moneda de cambio en el Arca son las raciones de alimentos. Las necesitareis para adquirir ropa, medicamentos o sexo. La ropa podéis pedirla en el ropero que hay junto a la entrada, solo se permite el intercambio y venta en esa zona, hacerlo fuera y seréis castigados con el destierro. Los medicamentos en la enfermería, hacerlo fuera y seréis castigados con el destierro. El sexo está en la planta superior, en el lupanar. No está permitido practicar sexo fuera del lupanar, hacerlo y se os castigará con el destierro. Aquí no tenemos noche, no tenemos día. Hay cuatro toques, uno cada seis horas. Toda la actividad en el Arca se rige por esos toques, en ellos os tendréis que basar para organizaros las horas.

—¿Alguna pregunta?

Ninguno de los dos dijo nada.

—Bien, necesitamos voluntarios para trabajar en el ropero, en la armería, en distribuciones y en el lupanar. Además, ocupareis parte de vuestro tiempo en entrenamiento y si sois buenos pasaréis a formar parte de defensa. Decidid dónde queréis ir e informar a Branar o a mí mismo —explicó Flag—. ¿Está claro? ¿Alguna duda?

Kálay y Winter negaron con la cabeza.

Sin mediar palabra Winter se metió en el agujero que había excavado en la roca en la fila de en medio, apenas había espacio para lo que pretendía ser un camastro. El de Kálay, en cambio estaba en la fila de abajo, a nivel con el suelo. Era mucho más amplio con espacio para tres hombres. Uno de los camastros vio que estaba ocupado por los enseres que había a su alrededor. Kálay cogió el que estaba libre al otro extremo, dejando el del medio vacío. Estaba agotado y le dolía la herida que le había dejado el órbex. Quitó el nudo que le sujetaba el pantalón y con cuidado se lo bajó un poco para poder verla. No tenía buen aspecto, el contacto con el sucio pantalón no ayudó y si no se limpiaba acabaría por infectarse. Se lo tapó de nuevo y se obligó a cerrar los ojos, necesitaba descansar.


Esto no pinta bien.

TIME OUT. Legacy (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora