CAPITULO 31

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—¿Estás bien? —La voz de Deylan resonó en su cabeza—. Tranquila, son los efectos del salto, pasarán en unos minutos.

Deylan replegó su casco y sujetó a Emily que, todavía aturdida, intentaba recobrar el equilibrio.

—Estoy bien, estoy bien, es solo... que no esperaba fuera así.

Deylan ya le había advertido sobre lo que sentiría al cruzar, pero nunca llegó a imaginar que fuera algo tan desagradable. «Con el tiempo te acostumbras», le había dicho, pero estaba segura de que nadie podía llegar a acostumbrarse a aquella sensación tan desagradable. Era como si alguien intentara arrancarte las entrañas desde dentro, tirando y tirando para soltarte de golpe dejándote tendida en medio de la nada.

—Bienvenidos. —Una voz cálida, familiar, sonó en algún punto de la sala.

Emily replegó su casco, no podía ver con claridad, pero aquella voz...

—Soy Kron, el padre de Kálay. —Unas manos la sujetaron.

No podía ver bien, ¿qué le estaba pasando? Aquella voz le hablaba, era la de Kálay, sin embargo, decía que era su padre... ¿por qué no podía verlo? Se estaba mareando, todo le daba vueltas.

—Emily, Emily...

Fue lo último que oyó antes de perder la consciencia.



—Ahora tiene que descansar —explicó Deylan—. Son los efectos inversos del Límite. Ya la han intervenido, en unas horas despertará y estará como nueva.

—¿No vas a quedarte? —preguntó Merim.

—Debo marcharme, señora Skinwood. La dejo a su cuidado. Tenemos el DDA. Van a descodificarlo y debo estar allí, es importante —se explicó con la cabeza baja.

—La misión, claro...

—Volveré en cuanto me sea posible —dijo antes de salir para dirigirse hacia su vehículo libélula.

Merim cerró la puerta y volvió a la habitación. Emily estaba tumbada sobre la cama, dormida. Aún seguía con el traje orbexal puesto. Se reclinó sobre ella y activó el órbex que al momento empezó a replegarse hasta quedar todo concentrado en su costado. Con delicadeza le colocó una camiseta larga. Se la quedó mirando, la chica era guapa, muy guapa y no podía negar que hacía muy buena pareja con su hijo. Con cuidado le retiró un mechón de pelo que le cubría la cara y arropándola la dejó descansar.

Desde que Kálay reaccionó al oír el nombre de Emily, Merim no paró de repetirlo con la esperanza de volver a ver reaccionar a su hijo, pero todo fue en vano. Kálay seguía estático, en su mundo. Cada mañana, Merim lo despertaba, lo aseaba y lo sentaba en el sofá del salón y así permanecía todo el día hasta que lo levantaba para acostarlo de nuevo y así un día tras otro. Al menos se alimentaba tres veces al día, eso era importante, Merim le preparaba cada día la comida que Kálay devoraba con avidez. Era el único momento en el que lo veía moverse y era entonces cuando ella aprovechaba para intentar sacarle cualquier tipo de reacción, lo que fuera.

Kálay cogió el cuenco que le tendió su madre y sin mirarla empezó a devorarlo. Era como un animal, un perfecto troglodita. Con una mano sujetó el cuenco mientras con la otra cogía la comida. Más de la mitad acabó tirada por el suelo, pero su madre se conformaba con ver que al menos una pequeña cantidad acababa en su estómago.

—Con cuidado, te estás poniendo perdido —se quejó—. Kálay, cariño, Emily está aquí, ha venido a verte. Ahora está descansando, está en la habitación y... —se paró en seco al oír un ruido detrás de ella.

Emily estaba apoyada contra el marco de la puerta. Inmóvil, con las dos manos tapándose media cara y la vista clavada en Kálay. Lentamente se acercó sin poder evitar que unas lágrimas rodaran por sus mejillas. ¿Qué le habían hecho? Deylan ya la había avisado, aquel no era él. Habían pasado cuatro años desde que se vieron por última vez, aunque para Kálay parecía que hubiesen pasado diez. Estaba muy delgado, tenía las cuencas de los ojos hundidas, la dentadura exageradamente marcada y casi podía ver sus huesos a través de su pálida piel. Emily notó como algo se rompía en su interior. Por unos segundos miró a Merim que, condescendiente, le sonrió antes de volver a clavar su mirada en Kálay. Acababa de cumplir los veinticuatro años y aparentaba más de treinta. Siempre imaginó lo guapo que estaría a esa edad y verlo en aquel estado tan deplorable la partió en dos. ¿Qué había ocurrido? ¿Qué le habían hecho?

Kálay seguía rebañando el cuenco de comida ajeno a todo lo que lo rodeaba. Con cuidado, Emily se arrodilló frente a él y alargando la mano le acarició la cara con un tierno gesto.

—Mi amor... —fueron las únicas palabras que entrecortadamente pudo articular.

Kalay se detuvo al instante. Se quedó quieto, levantó la vista y clavó sus brillantes ojos azules en los de ella.

Sus ojos no habían cambiado, el brillo, el intenso azul seguía siendo el mismo. Ni en mil años volvería a ver unos ojos como aquellos. Al verlos, todos los recuerdos se arremolinaron de golpe en su mente inundándole los ojos de lágrimas. Kálay seguía estático, con la mirada clavada en los verdes ojos de Emily. Ella notó la mano de Merim apoyarse sobre su hombro ejerciendo una débil presión de esperanza.

—Kálay, estoy aquí. He venido. Mi amor...

Kálay bajó la mirada lentamente, por unos instantes pareció que su cara se contraía en una mueca de dolor antes ve volver a concentrarse en las cuatro migajas que quedaban en el cuenco y volver a su mundo.

Emily se levantó y miró a la mujer que tenía a su lado.

—Soy Merim, su madre.

Sin poder evitarlo, Emily se fundió en un silencioso abrazo con aquella mujer estallando a llorar. Aquello era demasiado.

—Tranquila, tranquila, ven, siéntate aquí.

—Lo siento señora Skinwood, yo...

—Merim, llámame Merim.

Merim vio el profundo amor que aquella joven sentía por su hijo, la forma de mirarlo, de tocarlo y agradeció a todas las estrellas que Emily estuviese allí. Estaba convencida que, con el tiempo y mucha paciencia, entre las dos lograrían sacar a Kálay del agujero en el que estaba metido.

—Discúlpeme, Deylan ya me explicó como estaba, pero verlo así... —Se volvió a emocionar.

—No te preocupes. ¿Cómo te encuentras, estás mejor? Es importante que te adaptes bien al nuevo entorno.

—Un poco mareada.

—Es normal, te han practicado una pequeña intervención para adaptarte a esta época. Es algo que se hace a todos los que llegan del pasado. En poco tiempo esa sensación de mareo habrá desaparecido, ya verás.

—Estoy bien, no se preocupe. —Volvió a mirar a Kálay sentado en el sillón de enfrente.

—Lleva así desde que llegó. No sabemos lo que le ocurrió, tampoco Winter, el otro joven al que rescataron, nos ha explicado nada. Su padre dice que le han extraído la humanidad, y que solo es cuestión de tiempo que la recupere, que puede ser que despierte una mañana como si nada hubiese ocurrido. Winter estaba igual y ya casi está recuperado, aunque no hay manera de que nos cuente lo que ocurrió en aquella prisión, es como si su mente hubiese bloqueado esos recuerdos.

Durante más de tres horas, Merim le estuvo hablando de Kálay, de su vida, de cómo era de pequeño, de todos aquellos recuerdos felices y los no tan felices. Emily por su parte le contó como era su vida en Nueva York, la muerte de sus padres, el encuentro con Kálay, su partida y todo lo que en los últimos años había vivido. Fue una tarde de confidencias que las dos mujeres agradecieron forjando un lazo de amistad y complicidad.



JUNTOS DE NUEVO...

TIME OUT. Legacy (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora