CAPITULO 4

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—Lleven a nuestros invitados a sus habitaciones —ordenó el Barón al resto de la guardia.

Con extrema rapidez recogieron el cuerpo de Artac y agarrando a Kálay de los brazos lo sacaron de la sala de llegadas.

El Barón observó toda la escena satisfecho. Por fin tenía a Skinwood y esta vez nada impediría hacerle pagar todo el daño que él y su sobrina habían hecho. Desde que llegó, ahora hacía ocho años, muchas fueron las veces que intentó regresar al pasado. Todos los intentos resultaron fallidos, su cuerpo rechazaba cualquier intento de dar un salto en el tiempo, definitivamente había quedado anclado en aquella época para siempre. Un diablo lo había convertido en lo que ahora era y había aprendido bien. Durante todos esos años no hizo más que alimentarse de odio y rencor con un solo objetivo: la venganza. Y su momento por fin había llegado.

Se acercó al vórtex. Si no recordaba mal, todavía quedaba alguien por llegar. Según sus cálculos Sule había saltado solo unos minutos después que Artac y Kálay y muy poco antes de que saltase él. La explosión no la habría pillado tan de lleno, pero estaba seguro que la habría afectado y no se equivocó. Sule apareció de repente expulsada del vórtex y cayendo de bruces casi a sus pies. Con un rápido gesto se desplegó el casco. Nehmen-Rah se la quedó mirando. Parecía haber llegado bien de no ser por el humo que salía de sus extremidades. Se acercó un poco más y ladeó la cabeza. Sule intentó levantarse, pero todo esfuerzo fue en vano, sus piernas no respondían. Entre quejidos se recostó ¿Por qué nadie venía ayudarla? El extremo de sus piernas se había deformado por completo. En lugar de pies solo había unos muñones y de la pierna izquierda, justo por debajo de la rodilla, sobresalía lo que parecía un pie. Se palpó incrédula ante lo que estaba viendo, algo había fallado y aunque el traje la cubría por completo había llegado deformada.

El barón se agachó hasta quedar a su altura.

—Parece que las cosas no han salido como esperabas —le susurró.

Sule se lo quedó mirando ¿Quién era aquel tipo? Se volvió a mirar las piernas, estaba desesperada, ¿por qué coño nadie venía a socorrerla? Tenía la boca desencajada y los ojos fuera de sus órbitas, pero lo peor era que no entendía nada de lo que allí estaba pasando.

—Te veo mal... querida.

La joven reparadora lo miró a los ojos, aquella frase... aquella forma de hablar...

—Deberías haber cumplido tu parte del trato —dijo el Barón acercándose más a ella.

Sule empezó a negar con la cabeza, aquello no era real, no podía ser.

—¿Lansky? —consiguió balbucear entre quejidos.

El silencio en toda la estación era sepulcral, solo interrumpido por los sollozos de Sule y los chispazos que de vez en cuando seguían apareciendo en el maltrecho panel que Artac había destrozado al lanzar al guardia.

—Nehmen-Rah, querida. Ese es el nombre al que me condenasteis.

—No entiendo... yo...

—Tú nada —la cortó con una voz excesivamente calmada—. Fíjate en el lamentable estado en el que has llegado. Ya no sirves para nada. No eres útil.

—Un momento, esto puede arreglarse —se lamentó tocándose la pierna.

—Eso tal vez sí, pero tú ya no. Has visto demasiado... sabes demasiado... —dijo arrastrando las palabras—. Y desgraciadamente ya no me eres de utilidad.

Sule abrió desmesuradamente los ojos al notar que una de las largas uñas del Barón se introducía lentamente por su oído. No hubo nada que hacer, el Barón ladeó la cabeza y esgrimió media sonrisa. Con delicadeza, sacó la uña viendo como el cuerpo sin vida de Sule quedaba inerte en el suelo.

TIME OUT. Legacy (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora