CAPITULO 23

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—¿Es usted el profesor Skinwood? —Mac fue el primero en cerrar la boca y articular palabra.

—No veo a mi hijo, ¿esta vez también se ha quedado en la retaguardia, señor Green?

Deylan seguía sin entender nada, ¿por qué sabía aquel hombre su nombre si era la primera vez que lo veía? ¿Por qué decía que se habían visto hacía nueve años? ¿Y cómo iba a tener 32 años si ahora tenía 23? Su mente iba a mil por hora intentando encuadrar el galimatías cuando unos gritos resonaron en el fondo de la caverna.

—Será mejor que nos vayamos, los mírlox están hambrientos y no tardarán en volver, y esta vez serán muchos y bien organizados. ¡Seguidme!

El profesor Skinwood los condujo a través de los angostos pasillos de la cueva siempre con la esfera luminosa flotando por encima de su cabeza. Todos iban en silencio, intrigados por las palabras que el profesor había dicho. Al llegar al final del pasillo se detuvieron. No se podía continuar, una pared de hielo y roca les impedía el paso. Mac miró a Deylan extrañado, todavía no las tenía todas con aquel tipo. Sus palabras no podían ser más que desvaríos y tal vez supiera el nombre de Deylan porque alguien de la colonia le hubiese pasado la información. ¿Sería una trampa? Mac siempre había oído esas historias de la luna Titán sobre gente que, cansados de los órganos artificiales, pagaban auténticas fortunas por unos corazones, hígados o riñones originales. Bien se sabía que el contrabando de órganos internos era uno de los negocios más lucrativos de Titán y ellos eran todos jóvenes y sanos, perfectos para la extracción. Metió la mano bajo su capa y agarró con fuerza el blaster. En ese momento de la esfera salió un pequeño rayo azul que en pocos segundos hizo un barrido de la pared que tenían delante. Esta se volvió de color azul y desmaterializándose desapareció dejando a la vista un nuevo pasillo. Los chicos se quedaron paralizados, aquel pasillo era totalmente diferente, también era de roca solo que esta vez era toda de un blanco luminoso que les hizo entornar los ojos para protegerse de la potente luz que emanaba.

—Bienvenidos a mi casa.

Todos entraron y al momento la pared volvió a materializarse tras ellos cerrando la entrada. El pasillo era ancho y no muy largo, parecía como si hubiesen pintado las paredes y el techo con algún tipo de solución de aspecto brillante y viscoso. Stone, curioso se acercó y lo tocó. Era una superficie sólida, fría y muy suave, una especie de capa protectora que lo envolvía todo. Era la primera vez que veía algo así.

—Es malagnita, la descubrí por casualidad en uno de mis estudios, se adapta a cualquier forma con una sencilla aplicación molecular y protege al instante cualquier superficie creando una especie de capa envolvente. La cueva entera podría desmoronarse que esta estructura quedaría intacta —explicó orgulloso—. Sería una aplicación que revolucionaría el mundo de la construcción, si yo estuviera en el mundo, claro, pero como no lo estoy... se queda en mi casa.

Todos se quedaron perplejos, aquel hombre era un genio y como todos los genios, rallaba la locura.

Tras el ancho pasillo, la cueva se ensanchó, la temperatura cambió; ya no hacía frio y lo que parecía una especie de apartamento los sorprendió aún más. Había una mesa, un sofá, varios muebles cargados con todo tipo de artilugios y, en el centro, un gran fuego artificial que se elevaba, desde el suelo, unos dos metros hacia arriba. Todo estaba hecho y construido de malagnita, todo era blanco y frío, sin embargo, todo emanaba un cálido calor muy acogedor.

—Dejad las cosas por ahí y poneos cómodos. ¿Y bien, a qué habéis venido? Y lo más importante ¿por qué no está mi hijo con vosotros?

Deylan tenía muchas cosas que contarle, pero aún muchas que preguntarle.

TIME OUT. Legacy (III)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora