Capítulo 17

74 12 0
                                    

Una vez que le dije aquellas palabras. Me quedé en silencio por unos segundos, como si hubiera olvidado como hablar.

Solté un gran suspiro...
Estaba feliz, porque por fin le había dicho lo que sentía y también porque la llevaba entre mis brazos.

Llegamos a mi casa.
Abrí mi cuarto, encendí la luz y la recosté sobre la cama.
Yo me senté a la orilla de la cama, sin acercarme a ella para infundirle paz, tranquilidad y seguridad.

Cuando fijé mi mirada sobre ella, podía ver con determinación aquellos moretones, raspones y un poco de sangre que corría por aquellas heridas.

Ella me miraba, se sentía o parecía avergonzada por lo sucedido. Así que al interceptar nuestras miradas le confesé:

—¡Te ves hermosa!—. Se lo solté con una sonrisa tímida para hacerle saber que no importaba como se viera, estuviera o se encontrara, siempre estaría hermosa.

Ella sonrió... Yo me proclamé satisfecho.

Me levanté de la cama, y fui por agua oxigenada y unos curitas para cuidar sus heridas.

Después de un momento ya se sentía más tranquila y seguras de sí misma.

Eran como las diez de la noche.

Le ofrecí de comer y algo de beber, pero no quería. La estaba cuidando como una madre cuida a su bebé recién nacido.

Después de un momento ella habló. Parecía que su dulzura se había disipado tal cuál el humo de un cigarro.

—Me tengo que ir a casa—. Se intentaba poner de pie.

Aún estaba un poco adolorida. Yo no podía dejarla ir así.

—Pero, ¿estás segura?—. Me levanté de la orilla de la cama.

—Sí, admiro mucho lo que hiciste por mí, pero...—. Conforme lo iba diciendo perdía fuerza y su voz se quebrantaba. Empezó a sollozar.

No podía dejar que se sintiera de esta manera, así que sin pensarlo más. Me acerqué a ella y la envolví entre mis brazos. No pude evitar soltar una lágrima.

La abracé con el cariño más puro del mundo y unos segundo después hacía su intento por hablar, pero el dolor que sentía dentro no la dejaba.

—Perdón, Julio... Yo... Ya no sé que hac...

—Shh, no digas nada, no hace falta. No estás sola. Me tienes a mí —. Le hice saber mientras ella se ahogaba en tanto sufrimiento y dolor que no encontraba la manera de como sacar. Me abrazaba con fuerzas, como sí tuviese miedo a la vida.

Ella era fuerte, eso se veía. Pero hasta el metal más duro se funde.

Necesitaba desahogarse en vez en cuando.

Mientras me abrazaba, yo sin decir nada. Le transmitía cariño, amor, paz y consuelo.
A veces el silencio dice más que las palabras.

Unos instantes después me soltó lentamente mientras se limpiaba las lágrimas a manotazos.

Vi su rostro, ese rostro que me había enamorado, no solo su dulzura, sino su forma de ser.

Aquel idiota que le faltó al respeto y le puso la mano encima, no sabe lo afortunado que fue.
Solo existe una mujer así entre un cúmulo de galaxias.

—No llores, vamos. Quiero ver tu sonrisa, ¿si? —. Intentaba calmarla.

Se quedó en silencio...

—Es que yo no valgo na...

Al momento de escuchar esas palabras, no podía dejar que terminara la oración. Me partió el alma que pensara eso. Ella era un tesoro y no lo sabía. Así que la interrumpí.

—No, por favor, no digas eso. Eso no es verdad. Solo hace falta que te mires al espejo para que te des cuenta lo increíble que eres. Las personas no aguantarían ni la mitad de lo que tu soportas. Eres increíble, vamos, date cuenta de eso.
¿Sabes por qué? Porque eres hermosa y el hombre correcto lo sabrá. El único defecto de la mujer es que no reconoce lo valiosa que es. En todo lo demás es perfecta.

Levantó la mirada. Aquella mirada triste, quería hablar, pero parecía que no podía.

No hacía falta, su presencia lo dijo todo. Dicen que los ojos son las ventanas al alma y ahora lo creo; porque parecía ver la suya.
Bien lo dijo Platón: todo el mundo se vuelve poeta al contacto del amor

Lo pensé en voz alta, pero parecía que había hablado porque me había escuchado.

—¿Platón?—. Preguntó y cuando la voltée a ver, mis palabras parecía que habían hecho efecto, pero efecto retardado. Porque ahí estaba ella con una sonrisa y unas lágrimas escasas que yacían en sus mejillas.

—Todo el mundo se vuelve poeta al contacto del amor. Eso dijo Platón —le respondí un poco penoso y añadí :

—Yo soy poeta por ti.
Mi respuesta le dio un poco de gracia.

—¿Es por eso que siempre que llegas de la escuela o sales para algún lugar siempre me divisas disimuladamente y cuando regresas a tu casa me ves desde el portón entre los huecos de la puerta? —. Me preguntó con una sonrisa maliciosa, pero con una sonrisa que me daba paz.

Cuando escuché la pregunta, me sentí avergonzado. Así cómo ella lo dijo, parecía un acosador, pero no lo era. Solo necesitaba verla, imaginarme un mundo con ella.

—Yo... no... es...—. Ni siquiera pude terminar ni una oración. Tartamudeaba. Hasta que por fin me calmé y pude decir:

—Es que...—. Al inicio me costó hasta que tomé aire y dije sin más —. Es que solo necesito verte, solo eso, para poder escribir y así poder imaginarme un mundo contigo. Porque eso es lo que más quiero. Cada día que te veo, corro a mi cuarto, me encierro y escribo todo aquello que he visto, pero imaginando un futuro a tu lado como lo he hecho hasta ahora.
Eres increíble... y me duele que no te des cuenta de eso, porque tu eres mi inspiración. Escribo para poder vivir fantasías contigo, porque se que en la vida real sería imposible.

Cuando saqué todo aquello que tenía en el pecho, me sentí libre. Por fin le dije todo lo que yacía en mi interior. Su respuesta hizo que me palpitara el corazón a mil pulsaciones por minutos. Ya no era un latido, ahora era un zumbido.

—¿Por qué dices que es imposible?—. Una voz tan curiosa cómo encantadora, haciendo que aquellas palabras fuera música para mis oídos.

Me quedé en silencio. Atónito. Estupefacto. Parecía que estaba en el cielo. Iba a hablar, pero ella me ganó la palabra.

—Dices que yo soy increíble, ¿pero ya te diste cuenta de lo que hiciste tu por mí?, ¿y por qué tú no eres increíble?

—Simple, porque yo soy la consecuencia de una causa y la causa eres tú. Por lo tanto, tu eres increíble. Porque si no estuvieras tu, yo no haría nada de esto. Tu eres mi inspiración—. Proseguí—. Mira, el agua es la vida, si no hubiese agua, entonces no existiera nada. ¿Cierto?
Tú eres como el agua, sino existieras tú, no habría hecho nada de lo que hice. Por lo tanto yo no soy increíble, porque yo surgo de ti.
Solo soy un efecto de una acción.

Unos segundo después de terminar, se quedó atónita. Entonces volví agregar:

—¿Ya viste por qué eres increíble o te lo repito?—. Acompañado con una sonrisa y un guiño que avivo de nuevo la chispa en su interior.



Al Otro Lado De La CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora