Capítulo 11

99 13 10
                                    

Las palabras de aquella dulce niña me hacían saber lo afortunado que era, tal vez mi mamá no estaba conmigo, pero era porque trabajaba para darme todo lo que necesitaba, para poder estudiar y salir adelante con una vida digna.

Mi cabeza yacía en aquellos pequeños árboles moldeables y entretenidos para cualquier amante de la jardinería y después a tan solo unos minutos la chica le dijo a su hermanita.

—Vamos, Danielita, entra, para que tomes leche con galletas —. Se lo dijo entre una sonrisa.

La niña la miró y le respondió.

—Pero... si no hay eso en la casa —. Le costó formular la respuesta.

Su carita llena de tristeza me pudo revelar lo que ella sentía.
Llegar de la escuela, entrar a tu casa y esperar a que tu mamá te diga "Listo hijita, ven a cenar que la comida  se enfría, te hice tu comida favorita para mi niña más linda"

Sin embargo su cara llena de tristeza demostraba lo contrario.

Llegar a tu casa y saber que tu mamá nunca va a poder hacer nada de eso, porque está enferma o trabaja todo el día para darte lo mejor (PERO EL CARIÑO VALE MÁS QUE LAS COSAS MATERIALES) Esperar tanto esa ilusión o simple gesto de amor que tienen la mayoría de los niños, pero que no se dan cuenta por su egoísmo y no valoran lo más importante que tienen: a sus padres.

Su conversación me sacó de mis pensamientos.

—Claro que sí Danielita —. Le respondió mientras ella sacaba un billete de doscientos pesos de su pantalón y se lo entregaba a la niña.

—Pero... Ese es el dinero que has juntado para comprarte la blusa que tanto te gusta.

—Danielita, las cosas materiales no importan. Me gusta esa blusa, pero me gusta más ver a mi hermanita feliz. Es más, no compres leche y galletas, compra para hacer esas quesadillas que te salen riquisímas.
Y así sorprendemos a mamá y papá.

La niña parecía que la llenaba un poco de alegría. Abrazó a su hermana  y salió corriendo con una gran sonrisa. Parecía que no había comido quesadillas en meses.

Una vez que la niña se fue, la chica yacía en las vías del tren sentada cuando empecé a escucharla sollozar.  Su corazón no podía aguantar aquella situación fuera la que estuviese viviendo.

Me di cuenta que para hacer lo correcto y hacer feliz a los demás, tenemos que ser fuerte para abandonar aquello que queremos y añoramos; inclusive, si son nuestros sueños.

No podía verla llorar, tenía que intervenir. Tal vez, no era necesario hablar, solo estar ahí cuando más nos necesitan.

Así que me decidí, salí de aquellos árboles miniaturas para decirle que contaba con mi apoyo.

Al Otro Lado De La CalleDonde viven las historias. Descúbrelo ahora