20. Corazón roto

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Habían pasado tres días desde que Narissa había estado frente al trono, pero no había visto a nadie más que a Lainer. Ishtar tampoco había llegado por ella. Si abuelo no daba indicios de querer saber de ella, y ni hablar de Karima.

La habían abandonado, o al menos, ella lo veía así.

Se sentía sola en el castillo, en esa habitación, la había empezado a ver cómo si fuera una prisión. No había querido salir de su habitación, pero después de esos días, necesitaba un respiro, y aunque no se atrevía a ir al jardín, decidió ir a la habitación donde estaban los cuadros de su madre.

Al llegar notó las partículas de polvo que flotaban con el brillo solar, cerró la puerta esperando que nadie supiera que estaba allí, con los recuerdos y el pasado. Tomó uno de los cuadros, donde aparecía su madre. Se sentó en el piso, con la espalda apoyada en la pared, y no importó que todo estuviera con polvo. Su madre sonría eternamente en ese cuadro, y se veía feliz, pero ¿Realmente lo fue? ¿Se podía ser feliz en ese castillo?

Dos horas después, su estómago rugía por un poco de comida, y decidió volver a su recámara. Una vez allí, descubrió que Lainer la estaba esperando.

– ¿Desde cuando estás aquí? –preguntó sobresaltada.

– Desde hace mucho, pero eso no importa –dijo mientras salía atropelladamente de la habitación, tomándola de la mano, lo que provocó  que el cuerpo de Narissa ardiera como el mismo infierno.

¿Estaba enamorada acaso?

Era mejor no pensar en eso.

Salieron del castillo, y llegaron a la entrada principal, donde los esperaba un carruaje, se subieron a él y este se puso en marcha de inmediato. Lainer se negaba a decirle hacia donde se dirigían, y Narissa solo trataba de no mirarlo. Ahora que no estaba Oria, le resultaba extraño estar a solas con él.

Luego de varios minutos de incertidumbre, llegaron a un edificio con una gran cúpula en el centro. Narissa estaba extrañada, pues no tenía ni la menor idea de dónde estaba. Al bajar del carruaje, Lainer le explicó.

– Lady Narissa de Mirte, bienvenida al Senado del reino Zurza –dijo haciendo una pronunciada reverencia.

La de cabellos pasteles, estaba sorprendida, pues el edificio era de un encanto sutil. Había escaleras en todas direcciones, y las personas llevaban trajes oscuros y claros, con estrellas en sus sombreros. Corrían de aquí para allá, y de allá para acá. Sin darse cuenta de la presencia de ambos.

– Ven, quiero presentarte a alguien –dijo Lainer, guiándola por una de las escaleras.

Llegaron al segundo piso, y doblaron. A la derecha y luego a la izquierda, hasta que llegaron a una sala inmensa y redonda, donde ellos se sentaron en la última parte. Los senadores hablaban acerca de la economía, de la migración y de enfermedades, y Narissa estaba cada vez más emocionada, porque eso era lo que ella quería, ser senadora.

Cuando la reunión terminó, salieron con cautela, y se quedaron afuera. Lainer miraba a todos lados, buscando a alguien. Entonces Narissa vio a una chica radiante que caminaba en dirección a ellos.

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