Prólogo

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Dos semanas antes del solsticio de invierno.

La ciudad se encontraba quieta y en silencio, había dejado de llover hace tan solo unas horas y una densa neblina, cubría la capital.

En medio de esas calles, cerca de la Madriguera, dos sombras caminaban a paso firme y sin emitir ruido. Una de las sombras era una cabeza más alta que la otra, y parecía flotar al moverse. El otro era más tosco.

–No tenemos porqué ir –susurró el más pequeño, con voz grave y jovial.

–Por supuesto que debo ir –contestó la sombra alta, con una voz grave y un tanto rasposa.

–Podría ser una trampa, lo...sabes, ¿verdad? –La sombra pequeña demostraba un tenue miedo en su voz –Todos saben que ese cerdo es un traidor, que vendería a su propia madre, con total de obtener dinero.

–Pues no me sorprendería que la vendiera, esa mujer es insoportable –contesto con mofa la sombra alta.

–Es peligroso –sentenció el más bajo.

–La vida que llevamos es peligrosa –dijo sonriente el alto –tienes que aprender arriesgarte, o solo serás una rata cobarde Kay.

A Kay no le hizo ni la menor gracia el comentario, detestaba que él se comportara así. Sabía el motivo por el cual iba a la casa de Ojo de Pulpo, al que él, prefería llamar cerdo. El joven habría dado lo que fuera para que él razonara y se fuera enseguida de ahí, pero sabía que pelear con él, era hacerlo contra la marea, una marea fuerte y despiadada.

Luego de quince minutos caminando, la llovizna era cada vez más intensa. Pero al menos habían llegado a destino. Era una casa de dos pisos, se veía vieja y roída y había una que otra luz tenue.

Tocaron tres veces, con pequeños intervalos intermedios. Una hermosa pelirroja abrió la puerta, y con una coqueta sonrisa dedicada a Kay, les hizo pasar. Los guió por un pasillo oscuro, y luego entraron a una habitación redonda, iluminada por un farol verde en el centro. Habían a los menos una veintena de persona, y quizás más. Algunos se encontraban conversando de pie y otros sentados, había varias muchachas sentadas en las piernas de los hombres y otras llevaban bandejas, ofreciendo bebidas y cócteles.

El hombre que acompañaba a Kay, apenas si se fijó en las hermosas muchachas que estaban ahí, mientras el mozuelo, tenía que contenerse. Caminaron a paso decidido y llegaron a la mesa, donde un hombre obeso, algo calvo y con un hedor pestilente, les invitó a sentarse.

–Ve a divertirte –le dijo el hombre encapuchado a Kay, quien estaba más que agradecido con que pudiese entretenerse con las muchachas.

–Estas muy lejos del océano, viejo Dragón –dijo el hombre obeso –¿a qué se debe tu real visita?

–Solo quise venir a saludar a un antiguo socio –dijo el con la mayor calma del mundo, como si su visita fuera más que obvia.

– ¿Socio? –El hombre obeso comenzó a carcajearse, hasta que una repentina tos, lo hizo doblarse –yo creía que éramos muy buenos amigos, Dragón.

–Si tú lo dices...– el hombre encapuchado parecía divertido –necesito tu ayuda, Botus.

– ¿Para que soy bueno? ¿Qué necesitas? –dijo el hombre obeso, mientras manoseaba a una moza.

–Me han llegado rumores de una fiesta en una isla –dijo Dragón –una fiesta con una subasta

–No estás mal informado –había un brillo malicioso en los ojos de aquel hombre –Se dice que en la isla de la eterna primavera, se va a realizar una subasta en el cumpleaños de la nieta del terrateniente, parece que van a subastar una gran cantidad de caballos, y puede que al fin, el viejo entregue a su nieta.

– ¿Entregarla? ¿A dónde? –preguntó Dragón con curiosidad.

–Puede que la envíen a la capital, por su edad, debería ser dama de la princesa esa –dijo muy aburrido Botus –pero, la verdad es que rara vez, el viejo la deja salir, la sobreprotege, o quizás ya le tenga un compromiso.

Kay no había dejado de observar a Dragón, por mucho que la chica que se hallaba entre sus piernas, tuviera unas tetas como melones, debía estar atento. Había logrado escuchar parte de la conversión, pero solo palabras al aire, como: Isla, Subasta, Princesa, Cumpleaños, Nieta.

Kay había oído los rumores de la princesa heredera, que era una mujer insufrible, que se entregaba demasiado fácil, a cualquiera que le sonriera. La mayoría de las personas que estaban cerca de ella, no podían verla como la futura heredera.

No se percató en que momento Dragón, había abandonado la mesa de Botus, y ahora se marchaba sin prisa.

–Podrías avisar que nos íbamos aunque sea –le recriminó el joven, una vez lo alcanzó – ¿conseguiste lo que querías?

–Eso, y mucho más –dijo con una sonrisa lobuna.

Después de mucho tiempo, tal vez podría cumplir su sueño anhelado, cuando creía que sería feliz, eternamente.

Coronas ☆ RumoresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora