29. Isla Cetra

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Atracaron en un puerto, en el que Narissa estaba segura iba a caerse en cualquier momento. Habían muchos hombres, también mujeres, y niños, y animales. No se diferenciaba en mucho de otros puertos, pero todos estaban espectantes, de La Sirena Oscura, donde los hombres sacaban baúles con lingotes de oro, con ropa, comida, armas, etc.

Pero sobre todo, observaban a una chiquilla de cabellos azules, que había sido puesta sobre una carreta, amarrada con cadenas oro. A Narissa la habían vestido para la ocasión, con un vestido que no dejaba nada a la imaginación, apenas si eran una telas delgadas, color carmín, de modo que resaltará su pálida piel.

 A Narissa la habían vestido para la ocasión, con un vestido que no dejaba nada a la imaginación, apenas si eran una telas delgadas, color carmín, de modo que resaltará su pálida piel

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Era como un carnaval, ella iba al medio de una gran caravana, precedida por Regka, que iba a la cabeza, montado sobre un alazán negro como la noche. Comenzó andar y se perdió en medio del frondoso bosque, había mucha humedad por ahí. Pero la chica de ojos lilaceos, se sorprendió al ver a personas salir de entre las matas y los árboles, y comprendió que muchas casas estaban ocultas por la maleza fecunda que había allí.

Nadie sabía quién era ella, pero por alguna razón, todos comenzaron a vitorear a Regka, que ahora era visto como un héroe. Piratas hasta el final.
La piel de Narissa se puso como las gallinas, debido al frío que sentía, además, más del alguno le lanzaba palabras vulgares en cuanto a su cuerpo.

¿Qué pasaría con ella ahora? ¿La entregarían a esos hombres que corrían a los costados de la carreta?
Dudaba que eso fuera a pasar, Regka de seguro la mantendría encerrada hasta que llegara Rama.

Pasaron las horas, y Narissa sentía sus piernas adoloridas por todo el rato que llevaba de pie. Hasta que finalmente llegaron a un poblado, que más bien, era una ciudad. Todo era de piedra, madera y otros elementos, pero le fascinó, era un lugar exótico, perdido en medio de la neblina.

Regka finalmente la liberó de la carreta, pero igualmente dejó unos grilletes en sus muñecas, que en el medio tenía una cadena, que él llevaba, y caminaron en dirección de un palacete de piedras. Una vez adentro, habían muchos ancianos dentro, vestidos con túnicas, telas llamativas y abalorios en los brazos y tobillos.

–Buenas tardes, gracias por esta acalorada bienvenida –Regka hizo una reverencia pomposa, a modo de burla, porque ninguno de los presentes parecía contento de verlo.

– ¿Qué te hace pensar que eres bienvenido? –dijo uno de los ancianos sin mucha gracia.

–Un exiliado, no puede pisar estas tierras –comentó otro, con la voz apagada.

–Verlos así me deprime, es increíble lo que nuestro amado rey logró crear –dijo indicando a los ancianos –unos vejestorios mansos, como un rebaño de ovejas tontas.

La gente empezó a reunirse y todos miraban a Regka, que se sentía poderoso al tener en su poder a Narissa. Ella, por su parte, observaba todo con atención, esa isla alguna vez había sido su mayor obsesión, sobre todo, porque desde su hogar se podía ver el pico de la montaña.

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