Kota llega temprano igual que siempre. Esta vez me informa que he demorado veinte minutos y que me los añadirá a las horas de entrenamiento.
Volvemos a la misma rutina, solo que esta vez estoy más atenta. Logro mantenerme en pie por dos golpes antes de caer al suelo. Mi trasero duele a mitad del día, el almuerzo se hace corto y mi cuerpo exige más horas de sueño.
Ayer nos acostamos de madrugada, e incluso cuando ya estábamos en la cama, mi hermana y yo hablamos por varios minutos.
Sin embargo, hoy nada puede amargarme el día y al terminar con las típicas palabras de mi entrenador, voy a las duchas con una sonrisa en la cara.
Gustav sabe dónde vivo ahora, no creo que tenga impedimentos para venir a visitarme. Aurora se puso la mar de contenta cuando le conté sobre mi encuentro. Ella cree que debería presentarle a Gus a mis padres, pero yo aún no me siento lista para dar la noticia. Además, primero quiero que Banyan lo conozca, últimamente mi guardián ha estado distante y no he tenido la oportunidad de cruzar muchas palabras con él.
En los baños vuelvo a hablar con Nari, ella me anima a seguir entrenando y me comenta sobre lo duro que fue para ella. Claro, Nari se crio como una nephil normal, no la tuvo tan difícil como yo ya que comenzó a aprender desde niña. Yo apenas estoy empezando.
Sin embargo, se me ocurre una idea.
—¿hasta qué hora tienen abierto el gimnasio? —le pregunto.
—nunca lo cierran —se encoge de hombros —. A veces algunos se quedan hasta la madrugada, pero son los menos y no siempre. Alexei cree que un nephil de la Orden de Miguel no debe tener limitaciones.
Frunzo el ceño ante eso y recuerdo mi conversación con Gustav. Cuando me acuesto y Aurora se queda dormida a mi lado pienso que todos deberían tener limitaciones. ¿Cómo tener control sino?
Me despierto antes de darme cuenta. No se cuento he dormido, pero ha parecido solo un segundo. Debo hacer algo serio con el sueño, no puedo pasarme la vida adormilada.
Me apresuro a vestirme y atarme el cabello en una trenza de lado, abro la puerta encontrándome, como siempre, a Kota.
—diez minutos —me informa, da la vuelta y comienza a andar por el pasillo.
—buenos días —digo animada. No espero la respuesta, sé que es inútil.
Llegamos al gimnasio, tomo el palo que me tiende y detengo inmediatamente el golpe. Uno, dos, tres, cuatro y caigo al suelo.
—separa más las piernas —me dice. Lo miro sorprendida. Jamás me dice nada más que no sea que me levante.
Me pongo de pie. Esquivo un golpe, lo rodeo y hago lo que me dice. El siguiente golpe es más fácil de resistir. Estoy tan sorprendida por eso que me tira al suelo en el siguiente movimiento.
—no te desconcentres —me levanto, alzo el palo y detengo su ataque. Mis brazos tiemblan —. Resiste. Se fuerte. No te desconcentres. Separa las piernas.
No para de repetirme lo mismo con cada caída. Su ataque es implacable, me hace jadear de cansancio a la mitad. Intento seguir sus consejos, pero él es demasiado rápido y no alcanzo siquiera a pensarlo.
A la hora del almuerzo se detiene. Voy con él para comer lo que nos han traído desde las cocinas. Miro a los demás estudiantes. Todos tienen más experiencia que yo, noto sus miradas, pero no se detienen mucho en nosotros. Es como si evitaran dirigir su atención demasiado tiempo hacia Kota. No es miedo, es respeto.
Durante la tarde ya no me repite los consejos, incluso se ve aburrido y derrotado. Debe pensar que soy una pérdida de tiempo, algún castigo que le han impuesto. Eso me desanima un poco, en especial con su fría despedida.
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Hija de tormenta
FantasyAurora tiene una hermana, su gemela, aquella que según le han dicho quiere hacerle daño. Kalliope pasa de ser una joven huérfana a tener aquello que siempre ha anhelado y temido. Libertad. Pero pronto aprenderá que la libertad tiene un precio y debe...