XIX

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—Siento que nos hayamos tenido que ir de esa manera — me disculpe con Ethan siendo totalmente sincera. No me gustó tener que irme como si estuviese huyendo de ahí, pero si no lo hacía Alex me convencería de quedarme, de hablar, en definitiva, volvería a controlarme. Desde hace un tiempo me he dado cuenta de alguno de sus movimientos cuando se trataba de mantenerme a su lado. Pero más que sus jugadas, utilizaba una especie de chantaje para mantenerme siempre con él, y aunque contándoselo a un desconocido diría lo hermoso que sonaba eso, el que me controlase a cada segundo era escalofriante. Me gustaba Alex, es más, podía decir que incluso le quería, pero esa faceta suya era lo que me echaba para atrás a la hora de seguir avanzando en nuestra relación.

— No te preocupes, no hay problema, pero pensaba que debías trabajar —un atisbo de incomprensión se apoderó de su voz haciendo que una pequeña sonrisa se dibujase en mis labios de manera inconsciente.

— Me he tomado el día libre y aprovecharé para pasarlo contigo. Siento que debo ayudarte o al menos apoyarte para que no te sientas sólo. Además, te prometí brownies y por ahí es donde empezaremos. El dulce siempre cura los males, y más los del corazón —mi sonrisa se mantuvo en mis labios mientras que seguía hablando, recibí un asentimiento por su parte, y eso fue suficiente para que buscásemos un lugar para desayunar.


Seguía notándolo cabizbajo, algo lógico en realidad, apenas emitía palabra, se perdía en sus recuerdos por momentos y lo más preocupante es que a veces juraría que parecía que se rompería en cualquier segundo. Odiaba verle así, que esa zorra desalmada lo convirtiera en un zombie vagando por su mundo de recuerdos, rememorándolos y reviviéndolos una y otra vez. Por ello mi puño empezó a doler, tenía ganas de arrancarle los pelos a esa rubia mal teñida, mal hablada y sobre todo mal parida. Por un momento dejé que todos esos sentimientos se apoderasen de mí, era una rabia atípica en mí, y menos cuando no era yo quien había vivido ese engaño en primera persona. Pero Ethan despertaba en mí sentimientos nuevos, sentía que debía protegerlo y cuidarlo, casi como si se tratase de mi hermano pequeño inexistente. Era muy extraño.


— Esa cafetería que ves ahí —señalé al local de la acera de enfrente nuestra — debe ser buena, porque nos está quitando a la clientela. Vamos te invito a algo hecho de chocolate, relleno de chocolate y rebozado en más chocolate. Es la única manera que conozco de curar un corazón roto — proseguí mientras que dejaba que mis piernas me llevasen enérgicamente.

— Eso es demasiado chocolate, pero estoy en tus manos, Abril —el atisbo de una pequeña sonrisa se asomó por sus labios, pero como vino se fue dejando a un Ethan de lo más silencioso.

No adentramos en un local que sinceramente no tenía nada de especial, mesas, sillas y un par de televisiones planas en las paredes. Nada fuera de lo común. Y cuando nos sentamos en una de las mesas que quedaban libres, unos minutos más tarde una simpática camarera se acercó a atendernos.

60 veces por minutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora