XXIII

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Ni una mínima señal de Alejandro.

Increíble.

Me había pasado la noche en vela, dando vueltas en la cama incapaz de dormir por los nervios, la angustia y el misterio que rodeaba la decisión de mi jefe. Y el muy maldito no daba señal de vida.

Quizás fuera su manera de torturarme, si era así había acertado de lleno, pero si no, esto era una broma de muy mal gusto.


Las horas seguían pasando y yo aún no había decidido si levantarme de la cama o quedarme en ella el resto de mi vida, aunque tenía bastante clara mi decantación por la segunda.

Permanecí tapada con la manta un buen rato más, no tenía sed, ni hambre, ni sorprendentemente sueño, pero lo que si tenía era la cabeza hecha un bombo. Y si, era por culpa de Alex.
Lo que más me tenía en ascuas es el cómo había conseguido la información de mi pasado, si me había esforzado en enterrarlo bajo toneladas de tierra. No tenía ningún conocido de aquella época y tuve tan ensayada mi historia que estaba totalmente segura de que no se me había escapaba ningún dato cuando estuve con él. Entonces sacando en clave que conocía mi secreto, ¿Que iba a hacer con la información? Quizás la usaría para torturarme, o igual era para chantajearme, pero si esta última fuera cierta hubiese llamado ¿No?

Las agujas del reloj seguían avanzando y cuando ya me di por vencida, a las cuatro de la tarde sin haberme movido de la cama desde la noche anterior, tomé cartas en el asunto; y mi mejor opción desde hacía un largo rato era Ethan.

Tras marcar su número, pude oír los tonos previos a que mi amigo descolgase la llamada.

—Hola, Ethan ¿Qué haces? —lo saludé con cierta falta de ánimo, pero tan bien disimulado que ni siquiera se dio cuenta.

—Hola, ¿Cómo estás? —contestó con otra pregunta y por su tono de voz reconocí que él tampoco estaba demasiado bien —Estoy acabando de trabajar y había pensado que podríamos quedar cuando salga —propuso de esa manera tan informal haciendo que sonriera casi inconscientemente.

—Claro, justo iba a proponerte ir a tomar algo, necesito un par de copas de vino —confesé con algo de vergüenza por ser cierta la situación.

—Entonces que nos dejen la botella porque yo necesito hasta la última gota —trató de disimular su humor con aquella especie de broma, pero fracasó estrepitosamente.

—Compañeros de borrachera, me gusta cómo suena eso —de nuevo aquella estúpida y automática sonrisa apareció en mi boca dominando la situación — ¿Nos vemos donde siempre a las seis? —calculé el tiempo que necesitaba para poder ducharme, arreglarme y llegar.

—Te guardare un sitio en la barra —prometió Ethan justo antes de despedirse y de colgar el teléfono.

Perfecto, ahora sí que podría desconectar un poco de los dolorosos temas que amenazaban con dominar mi mente para la eternidad. Sacudí la cabeza, casi como si lograse que los malos pensamientos me abandonen y me dirigí a la ducha dispuesta a dejar todos los pensamientos atrás. De verdad que esperaba que funcionase.

60 veces por minutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora