XXXII

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— ¿No crees que estás bebiendo mucho, Alex? —pregunté con cierta preocupación. No habían dado las diez de la mañana que ya llevaba casi media botella de Bourbon en su organismo y no era la primera vez que lo hacía, ni la segunda, era su día a día.

—No te comportes como si fueras mi madre Camila— me contestó sin siquiera dignarse a mirarme a la cara — Además tu deberías estar como yo ¿Cómo puedes siquiera parecer tan indiferente?

—Porque no me doy por vencida. Es lo único que puedo agradecerle a la gran actriz que es mi madre. Y tu deberías hacer lo mismo, no puedes derrumbarte porque cuesta diez veces más recomponerse que dejarse caer.

Esa frase lleva acompañándome desde que tengo uso de razón, desde mi primera caída al suelo, pasando por mis tropiezos en el amor y acabando por darme fuerzas en este momento.

—A veces pareces tan fría que juraría que no tienes sentimientos —aquella confesión fue como un cubo de agua helada en pleno mes de diciembre. Sabía que era la imagen que daba, que quería dar, pero al hacerlo me arriesgaba a que la gente no me conociera realmente. Ahora mismo, era lo que más me convenía si no quería acabar como Alex.

Por un momento nos quedamos en silencio, el admirando el fondo de su copa mientras que yo simplemente dejaba pasar el tiempo.

—Toma una copa conmigo hermanita, ya verás cómo después te sentirás mejor —pude notar como alargaba las palabras por el estado de embriaguez en el que se encontraba, y aunque la propuesta fuera tentadora, me negué. No estaba en mi ADN darme por vencida.

—Basta Alejandro, deja esa copa, serénate y afrontemos esto como si fuéramos adultos— me acerqué a él con cierta lentitud y traté de quitarle la copa, algo que me resultó totalmente imposible.

—Si no vas a beber conmigo, deberías irte.

—No pienso dejarte así, estás fuera de control.

— ¡Que te largues! —alzó la voz logrando asustarme por completo.

Si quería que me fuera, estaba bien lo aceptaba, seguramente necesitaba estar solo y procesar toda la información, organizar las ideas. Pero si en algún momento quería darse por vencido, aquí estaría yo para impedírselo. Al fin y al cabo éramos familia y algo más fuerte que eso, es que sólo nos teníamos el uno al otro.



(...)


Eran las dos y media de la mañana y el sueño no quería adueñarse de mi cuerpo. Quizás fuera la intensa lluvia que me impedía dormir, quizás el ruido del agua cayendo en el techo, o quizás simplemente era que estaba sola.

60 veces por minutoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora