[OCHO]

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Darren.

Observo fijamente el rostro de Hayley.

Bueno. He de decir que ya estoy acostumbrado a ver la cara de súper modelo de Megan por las mañanas.

Sí, el rímel corrido le sienta genial. También el pintalabios y la base medio borrada. No obstante, lo que más me gusta es su pelo hecho un lío.

Es la personificación de belleza.

Hayley es otro nivel.

No lleva nada de maquillaje sobre su piel. Ni rímel, ni la raya, ni base. Eso, aunque haga que sus imperfecciones se vean, no me importa.

Lo que si me llama la atención es lo enredado que está su pelo. También, que duerma con la boca abierta. Que su cara esté llena de lagañas.

Bueno, ya no hablemos de los ronquidos. Yo no sé si está constipada, o realmente ronca así. Espero que sea la primera opción.

Espero unos segundos a ver si se despierta. Pero no hay signos de que vaya a hacerlo. Ni ahora ni en las siguientes cuatro horas. De algún modo, puedo llegar a entenderlo, ya que nadie se levantaría un sábado a las ocho de la mañana.

Solo yo. Odio con toda mi vida despertarme tarde. Lo odio. Levantarme y ver que son más arde de las nueve, me amarga el día. Ver que he perdido la mitad del día me da miedo.

Además de eso, me he acostumbrado a levantarme a las ocho todo los días de mi vida. Es a la hora que voy a correr.

Dejo una nota enganchada en su frente, por si se despierta, pero, como he dicho, no se ve que tenga ninguna intención en moverse de la cama. Más que nada, porque cuando me he levantado, se ha acomodado más en su cama, como si fuera toda suya.

No pienso en mamá y papá. Por un momento, me olvido de ellos. Hasta que bajo abajo y veo mi batido de frutas en la mesa.

Eso no se hace solo.

Y no hay nadie que haya venido a hacérmelo.

Durante un instante, pienso en Megan. Lo descarto segundos después.

¿Megan por las mañanas? ¿Preparándome el desayuno?

Me temo que se acaba el mundo.

— Tu hermana me dijo que aún sigues tomando cada mañana el batido de frutas que te hacía cuando eras pequeño. También que tu costumbre de levantarte pronto no había cambiado. — escucho la voz de papá acercándose a mí.

Me siento en el taburete de la cocina y acerco la nariz al batido.

Huele a kiwi.

Genial, kiwi.

Lo sabía.

— Lástima que tengas que ir detrás de Megan para ir preguntándole sobre mi vida. Porque estoy aquí, ¿sabes?

—Ambos sabríamos que no me habrías respondido, James.

Todo mi cuerpo reacciona cuando oigo la última palabra. Mis hombros se tensan, y no puedo hacer más que apretar la mano izquierda en un puño. Hace demasiado tiempo que nadie me llama así.

Cierto. Porque solo papá solía hacerlo.

Solía.

— Primero, no me llames así. Eso ya es pasado. Segundo, es cierto. Tal vez no te lo habría dicho, porque has tenido diecisiete años para interesarte por mi vida. ¿Lo entiendes, papá? Diecisiete. — me levanto y dejo el vaso en la mesa. Papá solo se queda mirándome cuando me pongo la sudadera—. Y por si no lo sabías, papá, desde hace bastantes meses descubrí que soy alérgico al kiwi. Así que no creo que debas ponerlo en mi batido.

17 razones para no enamorarse de mí. [SIN EDITAR]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora