32 - El último regaliz

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Entré en mi casa, agarrando la chaqueta con mimo y pesar mientras un par de preguntas se formulaban en mi cabeza. "¿Por qué no le he invitado a pasar?" "¿Por qué no le he besado antes de irse?" "¿Por qué me ha dado un beso en la mejilla, si antes ya me besó?" eran las más comunes.

Miré la hora en el reloj que había en la pared. Las cinco y media. En menos de cuatro horas, tendría que ir a trabajar. No quería ir a trabajar. Pero en esos momentos, me dio igual. Yo estaba ahí, feliz, con mi chaqueta de Rubius, recordando su abrazo, su calor. Aspiré el olor de la chaqueta. Todavía tenía su olor.

Mientras seguía aspirando el olor, me preparé una taza de Cola Cao a la que agregué muchísimas cucharadas de azúcar. No recuerdo bien, pero creo que tengo el azúcar por las nubes. Sonreí ante este pensamiento, y me puse a reflexionar. Muy bien, me gustaba Rubius. Lo admito. Pero mucho. Y de qué manera. No me acuerdo en qué momento me quedé dormida mientras pensaba en él, pero caí en los brazos de Morfeo pensando en él y con la chaqueta amarrada al cuerpo.

......

A la mañana siguiente, al despertarme, miré el despertador. Una simple hora había dormido. No me sentía cansada, para nada, pero ese domingo por la tarde tendría que ir a hacer inventario, pues quería compensar la hora del lunes por la tarde, para que el lunes por la tarde tuviera mi tiempo de grabar God Of War. Me cambié, dejé la chaqueta de Rubius apoyada encima de mi cama, para dormir las noches junto a su olor. Puede que suene un poco psicópata, pero me da igual.

Me arreglé con un chándal y una camiseta cualquiera. No quería ni arreglarme para ir al trabajo. Quería quedarme en casa durmiendo y sin hacer nada. Pero tenía que ir. Todo sea por el lunes por la tarde.

Salí de la casa y tomé el clásico bus. El autobusero ya me conocía de las veces que había tomado ese autobús. Cuando pude llegar a la tienda, empecé a hacer inventario, y comencé a pensar en las diferentes maneras que mi jefe se reiría de mí aquel domingo. Ese domingo no tendría que ir al trabajo, y todo el inventario lo haría yo. Que feliz debe de estar. Pero en cierto modo, se lo debía. La semana pasada, hizo él todo el inventario.

Cuando por fin pude terminar de medio hacer inventario, (porque por la tarde tendría que ir) empecé a cerrar la tienda. Cuando la reja estaba medio cerrada, un señor alto, de mediana edad pero más mayor que yo, llegó corriendo hasta mí, impidiéndome cerrar la tienda del todo.

-¡Espere, espere!- dijo, con voz entrecortada. Se notaba que había venido corriendo -¡No cierre todavía, por favor!- y me giré para verle, por lo que pude detallarle bien. Ojos marrones, pelo corto casi rubio, y vestido con un vaquero y un jersey. Y, curiosamente, me recordaba a alguien -Necesito comprar un regaliz!-

-¿Para qué lo necesita?- pregunté, extrañada. Podría venir por la tarde, o comprarlo en el bar de enfrente

-Es para mi niño, lo necesita. Esta es su tienda favorita, y quiere un regaliz de aquí- dijo

-Puede comprar un regaliz exactamente igual en el bar de enfrente- dije, señalando con el dedo el susodicho bar

-No lo ha entendido. Verá, mi hijo está en el hospital, tuvo un accidente anoche. Dijo que viniera a esta tienda, por los regalices-

-Un regaliz se puede comprar ahí, conchos, yo estoy a punto de cerrar...- dije. Quería ir a mi casa y comer

-Sigues sin entenderlo, ¿no, ________?- ¿cómo mierdas se sabía mi nombre? Aquello me empezó a asustar, pero todo mi miedo se desvaneció cuando le vi llorar. LLORAR -No entiendes nada...- dijo, antes de caer de rodillas

-Si usted me explica, le daré todo los regalices que quiera- dije, arrodillándome junto a él

-Mi hijo... se llama David-

La Chica Gamer [Rubius y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora