33 - La historia de David

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Caí al suelo, arrodillada, con lágrimas en los ojos. No podía creerlo. David no. Cerré los ojos, dejando que un par de lágrimas traicioneras se cayeran por mis mejillas, las cuales horas antes estaban sonrosadas por un beso de un dulce noruego. Entré en la tienda sin decir nada, y para cuando salí, llevaba toda una caja entera de regalices que tanto le gustaban a David, y cerré la tienda. El padre de David me seguía mirando, y en cuanto lo entendió, me guió hasta un coche familiar. Íbamos rumbo al hospital. Por el camino, el padre de David, Alberto, me explicó la situación.

-Ayer por la tarde, David estaba de vuelta a casa. Había quedado con sus nuevos amigos, y nos lo había dicho a mi mujer Cristina, y a mí. Nos decía que había hecho nuevos amigos gracias a unos famosos que él veía por Internet, y a una chica que la ayudó con los problemas del bullying, la chica del kiosco de enfrente de su colegio. De pelo azul. Supe que serías tú en cuanto te vi enfrente del kiosco, cerrando la reja- dijo Alberto, mientras intentaba reírse un poco entre tanta lágrima

-Si quiere, conduzco yo- dije, ofreciéndome a manejar -en condiciones en las que está no debería conducir, y le podría pasar algo malo-

-No pasa nada- dijo, y se sorbió los mocos -Seguiré hasta el hospital, que ya estamos llegando-dijo Alberto, a lo que yo asentí -Estuvo toda la tarde fuera de casa, hasta le dijimos que a la hora que volvieran los demás, el volviera para casa. Ya eran las nueve cuando nos llamó, diciendo que se lo había pasado muy bien, y avisándonos de que ya estaba camino a casa. Cristina y yo estábamos felices, nuestro único hijo estaba feliz, con amigos, y gracias a ti- dijo, y me miró. Literalmente, me conmoví en el acto, y dejé que siguiera contando la historia -Fue entonces, cuando oímos un bocinazo, y un golpe. Mi esposa y yo comenzamos a gritar su nombre, pero nada. Antes de eso, nos dijo que pasaba cerca de un restaurante chino, así que supimos enseguida donde estaba. Cuando quisimos llegar, nos dijeron que lo habían trasladado al hospital. Llegamos- dijo Alberto, aparcando en el parking. Echó el freno de mano y apagó el motor -y lo vimos conectado a un montón de tubos. Cristina y yo nos saltamos a llorar- dijo, pero una sonrisa le apareció en la cara -ha despertado hace un par de horas, y lo primero que ha dicho ha sido que quería los regalices tan buenos de la chica del quiosco que le ayudó. La chica del pelo azul-dijo -No he podido negárselos-

Nada más acabar la historia, el padre de David se dejó caer encima del volante, llorando, de nuevo. Yo seguía con mis lágrimas, pensando en quién había sido el tan hijo de puta que podría haberle hecho eso a un niño. Salimos del coche, y lo único que hice fue seguir a Alberto. Un hombre dedicado a su familia, que quería a su hijo feliz, y no tumbado en una cama de hospital. Pasé por un montón de pasillos, la gran mayoría sin ilusión por la vida, y lo único que veía era enfermeras pasar de un lado a otro, y a niños con un pie en el otro barrio. Un escalofrío me recorrió entera, y llegamos finalmente a la habitación de David. Y allí estaba, con su pelo en forma de seta, y con su aparato de dientes, feliz de verla.

-Hola David. He venido... con un regalito para ti- dije, y le enseñé la caja de regalices

-¡Ala!¡Gracias, son mis favoritos!- dijo, antes de pegarle un muerdo a uno de ellos -¿Quién te lo ha dicho?-

-Tu padre ha venido a mi tienda, pidiéndomelos Me ha pillado cerrando pero en cuanto me ha contado lo que...- dije, y no pude evitar tragar sonoramente -te ha pasado, no he dudado en venir aquí. Contigo- dije, y me senté al lado de él

-Cristina, quizás deberíamos dejar a los dos niños solos. Al fin y al cabo, se entienden. Son niños- dijo Alberto, intentando esbozar una sonrisa, pero se convirtió en una mueca horrorosa. Una mujer, que estaba sentada en el otro lado de la cama, me miró, antes de levantarse. Pelo negro, rizado. Y los dos se fueron de la sala.

La Chica Gamer [Rubius y tú]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora