Cuatro paredes

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El pecado y yo somos como una pareja bailando el tango de la muerte mientras nos rodean las llamas del infierno.

Scarleth

Había comenzado la mañana con energía. Después de lo ocurrido con el Zar la noche pasada, intenté evadirme haciendo un poco de deporte, para no darle vueltas a sus últimas palabras.

Las gotas de sudor se me escurrían por el top deportivo que llevaba, empapando más mi vientre y mi espalda. Había corrido durante más de una hora sin darme cuenta y ahora mi cuerpo estaba sacando todo lo malo de mi cuerpo, lástima que unos ojos del color del mercurio no pudieran salir cual toxinas.

Aún notaba allí dónde me había tocado por última vez y de vez en cuando, me daba la sensación de oler su fragancia natural. Los hombres como el Zar me resultaban atractivos a la par que egocéntricos. No me atraen los chicos malos, pero soy un imán para ellos así que sólo conocí una vez a un hombre que no aparentaba nada, era como era, pero de eso ha pasado ya tiempo...

Un pitido me sobresaltó. Un coche paró justo a tiempo de no darme ya que sin querer había cruzado cuando no debía. Cuando miré al interior del vehículo para pedir disculpas el corazón me dio un vuelco. Una mirada feroz con un halo plateado me miraba sin pestañear.

Intentando no parecer nerviosa por su presencia y los nuevos cambios que se avecinaban, seguí mi camino hacia el hotel. Estaban reformándolo para darle un aire más atractivo y menos discreto. La discreción debía estar en el interior de las habitaciones, pero primero debía de ir la polilla a la luz.

Dentro habían pocas chicas despiertas, pero me di cuenta de que la animadversión que tenían hacia mí  había crecido con el cambio de director. Intenté no darle importancia y me fui a serenarme con una buena ducha.

El vapor empañaba los cristales del lavabo y el agua caliente me quitaba todo el sudor y el dolor muscular de la carrera y el estrés acumulado desde la llegada del Zar

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El vapor empañaba los cristales del lavabo y el agua caliente me quitaba todo el sudor y el dolor muscular de la carrera y el estrés acumulado desde la llegada del Zar. Por fin me permitía un momento de paz para serenarme. Hoy iba a ser una noche bastante movida y tenía que estar perfecta para la ocasión. 

Abrí la puerta de la ducha y me dispuse a ponerme la toalla para volver a mi habitación, pero allí no había nada.

Miré hacia un lado y el otro y todas mis pertenencias habían desaparecido, la ira amenazaba de nuevo con estallar.

  —¡Serán hijas de puta! —exclamé, cagándome en todo por las zorras de mis compañeras. No había duda, habían sido ellas.

Estaba empapando el suelo, miré mis pies descalzos y convertí todo sentimiento de frustración en valor.

Estaba empapando el suelo, miré mis pies descalzos y convertí todo sentimiento de frustración en valor

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No te enamores del Zar [WATTYS 2019]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora