Humo y mentiras

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Mi venganza corre como pólvora negra por mis venas. Tú no lo ves, pero yo lo noto.

Voy a explotar y te voy a llevar conmigo al infierno.

Brenda

Todo se había convertido en una polvareda tan espesa que costaba hasta respirar, las partículas del ambiente me entraban en los ojos y debía cerrarlos lo máximo ya que mis manos estaban taponando la herida por la bala y no podía ni apartarme el di...

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Todo se había convertido en una polvareda tan espesa que costaba hasta respirar, las partículas del ambiente me entraban en los ojos y debía cerrarlos lo máximo ya que mis manos estaban taponando la herida por la bala y no podía ni apartarme el dichoso pelo de la cara que me tapaba el campo de visión.

Intenté reptar como pude, sin hacer mucho más ruido que el de mis pantalones deslizándose por el suelo. Cada intento de desplazarme era un infierno que me hervía en la cabeza hasta que por fin pude apoyarme detrás de unas cajas.

—Mierda,—susurré tocándome la herida con cautela— ¡joder!

La bala seguía alojada en mi abdomen y eso quería decir que no había sido un tiro limpio y que el dolor tan profundo era la bala quemándome las entrañas segundo tras segundo. Si no me la quitaba, moriría.

Cerré los ojos y suspiré por no chillar de dolor. El sudor frío y el cuerpo caliente era una mala señal de mi cuerpo entrando en shock. Intenté concentrarme en mi alrededor y escuché unos pasos a mi derecha que se pararon a unos metros de mí.

—¡Registrad toda esta pocilga hasta encontrar a esa sucia perra!

Los ojos se me abrieron y tuve que contenerme para no levantarme y que me volaran la cabeza. En diagonal y con los ojos totalmente abiertos, yacía Diablo aún en la camilla, pero boca abajo. en una posición antinatural. Unos pantalones grises se pararon frente al cadáver arrastrando el de Araña sin cuidado alguno, metralleta en mano, le propinó una patada para juntar a ambos y se dirigió a alguien que no podía ver.

—Basura apilada, Kaiserin nos lo agradecerá.

—Nadie agradece una mierda, quema esa escoria si no quieres que Kaiserin te meta dos tiros en la cara.

El ambiente junto con el olor a gasolina y el humo que desprendían los cadáveres me estaba mareando. Miré mi herida, mi mano ya no podía contener la hemorragia y perdía la visión por momentos.

Debía salir de allí como fuera, no tenían intención de quemar sólo los cuerpos y yo no quería acompañarles aún. 

Intenté incorporarme para poder coger un pequeño hierro por si me descubrían, pero mi cuerpo no me aguantó con la bala insertada en mí, lo que hizo que me cayera con la rodilla apoyada en el suelo y sujetándome la boca y cerrando los ojos me preparé para la ejecución.

—¿Qué coño ha sido eso, Hierro?—dijo el que parecía estar al mando—acaba hasta con la última rata y no dejes cabos sueltos.

—Sí, señor.

No te enamores del Zar [WATTYS 2019]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora