Prologo

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—Supongo que mi vida pudo haber sido completamente diferente.

Se me presentaron varios momentos en la vida en los que pude haber tomado decisiones diferentes. Decisiones  que pudieron haberme conducido por el camino de la rectitud o del altruismo. Sin embargo, aquí estamos. Tú te encuentras en esa silla, atado y con la cara cubierta por esa bolsa. Y yo me propongo a hacer de tu vida un infierno. Torturarte en mente y cuerpo.

Te debes de estar preguntando: ¿Quién es este demente? Y ¿Dónde estoy?  Lo único que te ofrece un vestigio de como es el lugar en el que te encuentras, es el calor de la chimenea prendida tras de ti y el crujir de la madera en ella.

De verdad que voy disfrutar el tiempo que pasaremos juntos. Planeo que sea largó, ya que en el momento en el que ya no estés tú, yo voy a tener que afrontar mi realidad, la cual no quiero recordar.

Mejor hablemos de lo que puedes estar pensando tú ¿Quién me está haciendo esto? y ¿Por qué me está haciendo esto? esas son las preguntas principales ¿no?

Pues veras; aunque disfruto mucho de atormentarte, de hecho, si pienso contarte. Pienso contarte toda la historia de principio a fin. Y cuando haya terminado de contarte esta historia, tus dos preguntas habrán sido respondidas.  Y no solo pienso contarte la historia, pienso mostrártela. Supongo, que ya sabes cómo.

El hombre se encontraba a la mitad de sus veintes. Se presentaba perfectamente peinado, portaba traje negro, barba de tres días y sombras en su rostro. Se levantó de la silla de piel, color tinto que había colocado frente a la persona que se encontraba atada, enseguida se dirigió hacia un escritorio de madera fina que se había encontrado detrás de él. El hombre abrió un cajón en el escritorio  y de él retiro una caja de madera pulida, que no era muy diferente a una caja de puros. Camino de vuelta a la silla y al sentarse la abrió.

Su inexpresiva mirada se clavó sobre tres esferas de cristal de alrededor de cuatro centímetros de diámetro, rodeadas de diferentes tipos de metales que abrazaban a las esferas como garras con diferentes patrones, cubriéndolas solo en algunas partes. El hombre perdió su mirada en ellas. Observaba el reflejo de las brasas de la chimenea en las esferas, y a su vez, estas, se reflejaban en los sombríos ojos del hombre.

 —Bueno ¿Te parece si comenzamos?  —Dijo el hombre aun con la mirada perdida en los tres erebos que yacían en la caja.

EreboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora