XXI

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Daniela

—¿Ese no es el Diego?.— me dijo la Gabi separándose de mí.

Me di vuelta para mirar donde mi mejor amiga miraba, y sí, efectivamente c mamo, ah.

Corrí.

—¡Oe hueón!.— grité cuando llegué donde estaban golpeándose.

No sé a cual de los dos enfermitos le grité ya que los dos se pegaban y no sabía cual de los dos se defendía.

—¡CABROS CULIÁOS, PAREN!.— gritó a todo pulmón la Gabriela pero no la pescaron. —Ayúdame.

Empujamos a uno de los que estaba arriba del otro que no sé cual era.

—¿Hueón, que les pasa?.

—Hijo de la perra.— le dijo el Lucas todo moretiado.

—No volvai a hablar así de la Daniela ¿me escuchaste?.

—Lucete ahueonáo.

—No me estoy luciendo enfermo culiáo.— se acercó brusco al Lucas.

—¡Cortenla por la mierda!.— me puse entre medio de los dos. —Andate a tu casa.

—¡¿Y vai a defender a éste hueón? Él fue el que me pegó!.— me dijo el Lucas.

Miré al Diego y me miró arrepentido.

—Andate te dijeron.— le dijo la Gabi al Lucas.

—¡Callate vo metía!.

La Gabriela iba explotar en cualquier momento.

—Mira conchetumare, he tratado de todas las formas llevarme bien con vo pero ya no voy a permitir que me faltí más el respeto, en ningún momento yo te lo he faltado. Me tení chata con tus hueás de creerte superior sólo por que tení plata, cuico al peo y hueás. Y si no te querí ir piensa en el resto, por lo menos piensa en todo lo que estai cagando el estado a la Daniela, imbécil.

El Lucas la quedó mirando y se fue más que enojado en dirección a su casa.

Te la aplicó bro, ah.

—Mira como estai hueón.— miré las heridas de la carita del Diego.—Gabriela anda a relajarte a tu casa porque estai muy alterada.

—¿Segura no quieres ayuda o que te acompañe?.

—Segura.— le sonreí.

—Oh que me dejó picá el maricón. Ya chao, te amo.— me dio un beso en la cien. —Chao Diego, espero que te mejores.

La Gabi se fue y me di vuelta hacia el Diego.

—¿Como empezó?.

—No zé zi te daz cuenta pedo no pedo hablad muy ben.

No pude evitarlo, me cagué de la risa a pesar de la situación.

—No ed chidtozo.— cerró los ojos, o bueno, lo intentó.

—Ya perdón. Vamos a la casa.

Pasé mi brazo por su cintura y él pasó el suyo por mis hombros.

Llegamos a la casa del Diego muy callados para que la tía Paty no lo viera en éste estado.

—Toma.

—Pero con esto voy a quedar todo hediondo.

—Ah, ahora si podí hablar bien. Aparte siempre andai hediondo.— mentira, me encanta su perfume.

—Hacete la loca po, el otro día no me decías eso.— levantó sus cejas como pudo.

Aún en éste estado trata de pelarse.

—Además no hay hielo. A falta de hielo, la carne congelada apaña.— se rió.

Fui a buscar hueás para limpiar sus heridas, lo desinfecte, guardé las cosas y me senté al lado de él.

—¿Apapachame?.— me preguntó con puchero.

—Te aprovechai de la situación.

—Sip.

—¿Me vas a decir que pasó?.

—Mas rato po. Quiero descansar ahora.

—Ya oh.

Apoyó su cabeza en mis piernas, estiró su cuerpo en el sillón y acaricié su pelo.

—Perdón. Me dejé llevar por la rabia.— no respondí. —Yo empecé la pelea.

Le pegué un paipe en la frente.

—¡Auch!.

—Por hueón. ¿Que hizo el Lucas que te dio tanta rabia?.

—Dijo que total él ya se había acostado contigo así que estuvieramos no más.

Me apoyé en la cabecera del sillón dolida. ¿Porque habrá dicho eso? Me dolió mucho, y sé que el Diego no me mentiría en una situación así.

—Gracias.

—Te quiero.— me acarició una pierna y se quedó dormido.

; 2:00 A.M.

—¡DIEGO, DIEGO, DIEGO POR LA MIERDA!.— me desperté media ahueoná, más de lo que soy si po, con los gritos de la tía paty.

No sé como mierda estábamos acostados en el sillón, yo en el pecho del Diego y él abrazándome.

Hermano kie hueáaaaa!.

—¡Diego por favor!... ¡D-Dani!.— le costó caleta decir mi nombre.

—Diego. Diego.— moví al mencionado, se acomodó pero no se despertó.

Me levanté sin procurar hacerlo en silencio y encendí la luz del living.

—¡La bolsa!.— gritó la mamá del Diego.

—¿Que hueá? ¿Que bolsa?.— susurré refregandome un ojo.

¡LA GUAGUA!.

Partí corriendo a la pieza de la tía.

—¡Espereme aquí!.— le grité.

Adonde se va a ir po ahueoná.

Cierto.

Llegué donde el Diego y comencé a despertarlo.

El conchetumare no se despertaba hueón, me encantaría tener el sueño así de pesado.

—¡Diego está temblando!.— al Diego le dan miedo los temblores y esas hueás.

—¡Qué!.

—No está temblando ahueonáo. ¡A tu mamá se le rompió la bolsa!.

—¿Que bolsa?...— me miró confundido. Hueón po. —¡La bolsa!.— se respondió él mismo.

Hueón, Me EncantaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora