XXVIII

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—Lucas pero dime que te pasó.

—¡Perdóname! Fui muy ahueonáo.

—Lucas por la mierda dime. Párate.— lo agarré del brazo y lo paré como pude.

El culiáo pesado hueón oh.

Casi se cae pero se afirmó de mí y de la pared, obviamente estaba curado y tenía roto el labio.

—Au.— se quejó y se tocó el abdomen.

Le levanté la polera y tenía todo moreteado.

—Unos hueónes me quitaron el celular y me pegaron.

—¿Y porque estai curao?.

—Da lo mismo como esté, no sirvo pa nada, siempre la cago así que qué importa.

—No digas eso.

—Tu misma me lo dijiste.

—Pero... Agh hablamos cuando estés lucido por favor. Ahora agarrate de mí.— me agarró el poto. —¡Ay Lucas de ahí no!.— le pegué un wate y se rió.

Hueón bipolar, que hueá.

Caminamos hasta la casa del Diego, ya que si íbamos a la casa de él no me iban a dejar ayudarlo, son tan pesados los cuicos culiáos.

La María estaba afuera de su casa, me cae bien la hueóna.

—Hola.— abrí la puerta, el Lucas entró y se tiró al sillón.

—Hola Dani.

—Oye, no le digas al Diego que éste hueón vino ¿ya?.

—¿Por que?.

—No es nada malo, solo que al Diego le cae mal.

—Ah bueno.

Entré, cerré la puerta y me paré al lado del bulto humano.

—Vamos a mi pieza.— se paró, le mostré la dirección y cuando llegamos se tiró a la cama. —¿Lucas, que hiciste?.

—Ya te diiije yaaa.

—¿Pero por que?.

—Por que da lo mismo la hueá que sea, como esté no sirvo para nada, la cago igual, ahora lo estoy haciendo.

—No, no digas eso. Tu si sirves, todos servimos para algo, por algo estamos aquí.

—¿Para que sirvo?.

Oh mierda.

—No sé, pero para algo debí servir po ¿o no?.

—Daniela perdóname por todo lo malo que te he hecho, por favor.

—Ya si, te perdono pero nunca más hagas esto, te puede pasar algo peor, me asustaste mucho, casi me morí cuando te vi en el suelo.

Se sentó y me abrazó de la cintura.

—Lucas no te pongai mamón por fa.

—¿Enserio te asustaste?.

—Obvio po ahueonáo. ¿Como no me iba a asustar? A pesar de todo, te sigo queriendo po, me corto una teta si te pasa algo.— le dije acariciando su mejilla.

Se acercó estirando la trompa para besarme pero le puse la mano.

—Ninguna compasión.

—Que estés así no cambia nada.— hizo puchero y me paré.

—¿Donde vai?.— me agarró la mano.

—A buscarte un vaso de agua.

—Vuelves ¿ya?.

Hueón, Me EncantaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora