XXIII

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—Dani.

—Mmm.

—Vamos a descansar a la casa, allá sigues durmiendo.

—Mmj...

—¡Daniela!.— susurré fuerte.

—¿Que querí?.— se despertó y se levantó de la silla. —Oh mierda, mi espalda.

—Cuando lleguemos a la casa te hago un masaje o no sé pero vamos.

—¿Y tu mamá?.

—¿No la veí?.

—Ah chucha. ¿Hablaste con ella?.— me preguntó mientras miraba a mi mami durmiendo en la camilla al frente de nosotros.

—Sí. Me dijo que iba a estar bien y que nos fuéramos, la dan de alta en una semana más, los dos están bien así que no es necesario venir a verlos todos los días ni quedarnos a dormir y hueás.

—Ya. ¿Viste a la guaguita?.

—Tiene nombre.

—Ay ya déjame.— me quedó mirando para que le respondiera.

—Lo vi, pero de lejos no más, mi mamá aún no quiere que lo tome porque soy muy hueón.— hice puchero y ella se rió.

—Cuando lleguen a la casa demás te deja tomarlo.— me ordenó el pelo pero luego lo desordenó.

Sonreí.

—¿Por que me miras así?.

—¿Por que eres tan linda?.

—¿Por que eres tan jote?.

—Porque será que me encanta verte rojita.

—Tantas preguntas y tan pocas respuestas.

Me rodeó, se despidió de mi mamá, yo repetí su acto y salimos del hospital.

Manejé más calmado que otras veces, procurando ser el mejor conductor para que los pacos no me pararan. Después de largos minutos llegamos a la casa de la María, mi vecina.

Toqué la puerta dos veces.

—Hola.

—Hola, aquí están tus llaves y el auto sano y salvo.— le dije con una sonrisa.

—Gracias.

—No, gracias a ti, fuiste de gran ayuda.

—De nada.— sonrió. —¿Como está tu mamá?.

—Bien, descansando, salió todo perfecto.

—Que bueno. Emm chau.

—Chao.— me di vuelta y la Dani estaba seria. —¿Que te pasó?.

¡La futura madre de mis hijos está celosa!.

—Nada. ¿Quien es ella?.

—Mi vecina, duh.

—Que linda.

—Si, es bonita.

—Adonde, es más fea la hueóna.— dijo rodando los ojos y me reí.

—¿Celosa?.— pregunté cuando abrí la puerta y le di el espacio para que mi doncella pasara, ah.

—No.

—Ya, si yo te quiero a ti no más.— la abracé y se rió. —Eres muy evidente.

—Ya, déjame.— se volvió a reír. —¿Salgamos?.

—Daniela, estoy cansado ¿otro día?.

—Si, no importa.— miró el suelo.

—Pero no te bajonees po.

Hueón, Me EncantaiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora