Mis antiguos suegros quieren conocerme

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Traté de concentrarme en el plano. De verdad traté.

Era sencillo. Sólo debía hacer las modificaciones de una casa de dos pisos para que su propietario pudiera cumplir con su sueño de demoler todas las paredes internas y reconstruir las habitaciones desde cero.

Normalmente era algo que disfrutaba mucho hacer. Pero no estaba de humor para lidiar con diseños a pedido. Suficiente tenía ya con mis problemas.

Para peor, el propietario en cuestión era un amante de San Valentín y pretendía que su sala de estar tuviera forma de un corazón perfecto.

Ni bien saqué punta por vez número cinco a todos los lápices que tenía y amontoné todas las virutas de madera en una pila casi tan alta como una lata de tomates, desistí.

Tenía demasiado en mente como para poder hacer algo, y no tenía intención de arruinar todos mis lápices de dibujo.

Aún así, tomé uno de ellos y comencé a garabatear distraídamente en una esquina de un papel en blanco.

Perdí la noción del tiempo y también mis pensamientos se dispararon hacia todas partes, aunque siempre regresando una y otra vez a una persona, una persona que despertaba un sentimiento en mí que yo creía muerto hacía años. Rupert.

Albergaba la esperanza de que en realidad me hubiese confundido esa mañana. Que no estuviera ena... Bueno, esa palabra que pensaba olvidar. Quizás había sido la emoción del momento...

La punta del lápiz se quebró y miré instintivamente mi dibujo.

Un corazón atravesado por una flecha que decía dentro "Rupert y Emma". Me sonrojé, avergonzada de mí misma y de mi maldito subconsciente.

Tomé la hoja con las mejillas sonrojadas. No quería romperla, por algún motivo, pero no podía dejar que Rupert la viera y me creyera una colegiala inmadura.

Suspiré profundamente antes de cortar y doblar ese trozo y meterlo en mi bolsillo. Encontraría después un lugar seguro para mi secreto.

Ajusté mis lentes sobre mi nariz y le di un golpe a la pirámide de virutas, destruyéndola y logrando que toda la suciedad se desperdigara por la mesa.

Suspiré otra vez y seguí perdiendo el tiempo mientras acomodaba el estropicio.

-Te traje chocolate caliente.-Dijo Rupert entrando al comedor.-Sé que pediste que nadie te molestara, pero llevas aquí cinco horas sin comer nada.

-Gracias.-Respondí secamente, sin mirarlo.

Él dejó una taza humeante junto a la hoja vacía y un plato con galletas.

-Las hice recién.-Dijo, esperando que yo lo mirara.-Espero que te gusten.

Tragué en seco y conté hasta diez antes de razonar en mi mente.

No podía ignorarlo por siempre, en especial después del detalle que había tenido...

Si llevaba cinco horas preocupado por mí, eso significaba que al menos debía dignarme a mirarlo. Además, una voz en el fondo de mi cabeza me susurraba que era muy dulce su gesto.

Alcé mis ojos hacia los de él y, como esperaba, me recorrió un escalofrío al ver su tímida sonrisa ladeada. Estaba tan guapo...

Oh, ya basta.

-Seguro estarán ricas. Ahora, necesito trabajar, si no te importa.

-Claro, lo siento.

Se dirigió a la puerta, pero a mitad de camino cambió de parecer y regresó conmigo, tomando asiento a mi lado.

Reencuentro [Grintson]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora