En un abrir y cerrar de ojos, el segundo día de clases comienza y me fascina la idea de que el tiempo vaya veloz. Hoy nos asignan las clases, materias y los profesores se van a presentar en cada aula por si quedó alguna duda, eso significa que solo tendremos un repaso. No tenía ganas de ir, pero este último año todo cuesta puntos, los cuales es imposible decir no.
Cuando desperté, reflexioné sobre aquello y el mal humor que tenía por ver el reloj que otra vez no sonó a tiempo, no importó mucho. Los días vuelan, los días vuelan. Con esa frase de autoapoyo emocional terminé de alistarme, me despedí de mi madre y ella me dio unas monedas para el desayuno. Tomé el bus y esperé somnolienta el trayecto a la institución.
Este sería mi última rutina que durará un año. Luego, ya por fin, no veré la cara de muchos idiotas o como Mateo y yo decidimos llamar, stupiders.
Aunque he de confesar, me va a doler no ver a Beatriz todas las mañanas como en estos tres años; de hecho, no necesariamente verla en clases, sino en todo el lugar, su presencia daba un poco de sentido a la cotidianidad que se sufría dentro. Me hacía sentir bien y siempre he pensado que pertenezco donde sea feliz. No me sorprendería que después de unos años de abandonar el colegio, como un brutal amo abandona a su mascota en medio de la nada, regresaría solo por coincidencia. Bajé del bus y estaba a un pie de la institución cuando siento que dos brazos me sujetan el cuerpo, me cargan salvajemente por la cintura y enseguida me sueltan. Sabía quién era el autor de este drama.
—¡¿Qué carajos te pasa, Mateo?!
Él aguantaba las ganas de reír. De seguro tenía el gesto ridículo.
—Ya, siempre te saludo así, bonita —respondió.
Y era cierto. Tenía una maña tonta de saludarme haciendo que mi corazón pare de un susto.
—Tienes suerte de ser tú, animal.
—Al menos no estoy en tu lista. —Coloca uno de sus brazos pesados encima de mi hombro mientras caminamos para los salones.
A su altura, parezco posadera. Esta bestia me gana como por medio metro, yo nunca tuve el prestigio de lucir una silueta alta y musculosa como él, me quedo con el metro sesenta por consecuencia de no haber practicado algún deporte de estiramiento cuando todavía podía.
—¿Qué clase te toca? —preguntó el cabeza hueca haciendo que mi genio cambiara. No lo tolero, en serio.
—Estudiamos en el mismo salón, animal. —Niego por su absurdo.
—A pedo, cierto. Espero que la mujer misteriosa nos deleite con su hermoso cuerpo la primera hora. Voy a ver si puedo tomar algo de ella.
—Pensé que ya lo habías superado.
Dejé mi mochila por mis piernas y me saqué la chompa del colegio. Suspiré renegando por este animal al ver qué tramaba; sin dudar, le metí tremendo puñete en su mejilla. Este tarado iba a tomar fotos a la profesora. Hace un berrinche tal cual un nonato al no recibir la atención de su madre.
—¡¿Cuál es tu problema?! —me reclama viéndome con ojos brillantes.
—¡Eres un puerco! —respondo un poco exaltada—. ¿Qué tienes con esa mujer? No es la gran cosa.
Mateo olvida el dolor para echarse a reír. Soba su mejilla con una sonrisa.
—Sí, sí lo es, antes de salir del colegio me la tengo que coger. —Al notar que la conversación no da para más, mi amigo me queda viendo como un extorsionador. Lo conozco muy bien y parece que quiere seguir molestándome—. ¿O es que acaso crees que no te vi bajar tu miradita también?
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Alguien Tenía Que Aprender.
RomanceYo era un polo: fría sin motivo alguno, distante, con un corazón cerrado, protegiendo los pocos pedazos que me quedaban, y ella, con apenas un roce de su mano, me enseñó porqué un volcán explota, porqué mueren las flores en otoño.