Estando al frente, menciona que la ganga terminó y quien no presentó, le daba lástima que haya perdido esos puntos muy necesarios para asegurar un diez al menos. Aquello fue efímero (si en realidad supieran cómo es la morena de buena gente); le agradezco que en ningún momento me haya puesto la mirada de reclamo o de reproche. Todo es netamente profesional dentro de clases, porque fuera, las sonrisillas, la lujuria, la afabilidad entre nosotras dicen cosas diferentes. Atibo el rictus de un Mateo curioso tratando de averiguar qué rayos pasó. Fruncía el entrecejo, veía varias veces a Rebecca quien hacía participar a los alumnos sin importarle nada más que tratar que hagan un buen trabajo, y luego me miraba, avizorando algún detalle que pasó de ser percibido. Entonces pensé que nadie más que las dos éramos testigos de esas hermosas tormentas indomables que producían cosquilleo en el estómago, porque la tormenta no es tan aterradora cuando se está con alguien para atravesarla. Como el éxtasis o la adrenalina, como el fuego o la pasión. Quizá como estar enamorada de verdad y tener el presentimiento de perderlo todo.
Rebecca había elegido cinco ejercicios para resolver y cuando Mateo comenzó a burlarse por mi estado de babia, una chica resolvía el último ejercicio.
—Te voy a dar un puñete —dije amenazante lo que le produjo más risas excelsas.
La profesora, por su lado, no notaba la pequeña batalla entre nosotros por estar prestando atención al pizarrón. La que hace mal soy yo que no dejo de verla.
No hay tensión alguna en el curso, todo está yendo como debe ir. La voz de la morena se escucha mucho más grave al alzar el tono, pareciera que ser profesora de nueve cursos le estaba afectando las cuerdas vocales; mas ahora, no padecía la necesidad de alzar su etérea voz porque todos están pendiente de ella. Por ahí, uno que otro se desvía y le mira otra cosa, no estoy segura si hablaba de mí misma o si en verdad, sí había alguien por ahí que también le atraía la mujer de la misma forma que empezaba a parecerme.
—Toma —habla Mateo extendiendo un pedazo de hoja mal arrancada—, para que te limpies la baba.
—¡Serás bien tonto! —exclamo nerviosa inspeccionando por ambos lados por si un compañero haya escuchado.
—¡Basta, les vuelvo a escuchar y se van de mi clase! —retó carcomida la profesora.
¡Qué mierda!
Joder, lo que me faltaba. No le presto atención al insulso ese porque me manejo un fuerte enojo, siempre salgo jodida por sus comentarios insipientes. Tampoco pude alzar la mirada a mi profesora quien seguía dando clases derivadamente a temas del parcial, pero la vergüenza estaba a lo sumo que ni siquiera respondo sus preguntas colectivas, es más, me encojo en mi puesto dibujando garabatos.
Sin querer, los minutos pasaron y perdí la oportunidad de verle algún movimiento nuevo, debido a la cohibición que me he obligado a estar. Imbécil, lo sé; en efecto, un dibujo mal hecho de su mirada con un destello cotidiano de luz café está plasmado en mi cuaderno y creo ser la única que diferencia esa mirada indeleble: esa es especial, inmarcesible. Sin pensarlo, le he dibujo tanto en el subconsciente que lo único que puedo hacer es reflejarla en garabatos torpes, pero exactos. Tan exactos como para ser la única que los distinga.
Sonrío, mis dientes sienten el aire caloroso de la ciudad y mis mejillas duelen un poco por la gran curva de mis labios. Así me quedo hasta que siento adormecidos los risorios. Creo que todos deberíamos pasar por esta emoción tan bella. Tampoco me niego en admitir que Rebecca empieza a superar mis expectativas. El timbre suena, la sonrisa se desaparece porque la profesora se va del salón llevando consigo su voz. A veces me hace pensar que soy buena en la química porque con Rebecca es más fácil entender, hasta se me hace más fácil la vida si se trata de ella. Suspiro fuerte, ya no se distingue su presencia ni siquiera una mirada fugitiva. Pero me encuentro en mi silla, con la maleta casi lista esperando la última hora y el corazón en la boca al saber que mi profesora me ha dejado su teléfono en un papel.
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Alguien Tenía Que Aprender.
RomanceYo era un polo: fría sin motivo alguno, distante, con un corazón cerrado, protegiendo los pocos pedazos que me quedaban, y ella, con apenas un roce de su mano, me enseñó porqué un volcán explota, porqué mueren las flores en otoño.