—Ya veo —pronuncio lento.
¿En qué momento fue que me regalaste ese perfil maravilloso y en qué momento tus labios me parecieron más rosados que nunca? Porque ahora me he perdido en tu perfil y no he podido decir más que un "ya veo" sin sentido. Tú sonreíste, dándote cuenta de casi todo.
—¿No preguntarás por qué solo tercero? —me reclamas divertida, me muestras el rostro y la imagen es mucho más hermosa todavía.
Sonrío, sincera, espectacular, verdaderamente. Tus dientes se esconden entre tus labios remojados con tu lengua, ansiosa de una respuesta que he demorado en dar y me desubico por completo ante tu belleza.
Entonces, sin palabras, solo niego estando en un tipo de embobamiento.
Te ríes.
—No sé qué tienes, pero eras tú la de las preguntas, en serio —señalas repitiéndomelo.
Es que no quiero preguntar nada por ahora, necesito únicamente mirarte y lo hallo todo; solo necesito estar cerca de ti para darme cuenta de las cosas y darle gracias a Dios por mandarme todo lo que me ha hecho vivir y terminar sentada contigo en el mueble de tu casa. ¿Qué más respuesta que tú? ¿Qué mejor final que este?
Por primera vez, te veo hacer tambores con tus dedos mirando hacia el suelo; me vuelves a mirar y te quedas entre mis ojos pegada como niños en busca de amor. Reconozco que también podría dártelo sin problemas, porque te he comenzado a amar, Rebecca. Pero al segundo de mostrarte mi sonrisa, tú no dices nada. Tus gestos se erradican, no me ofrecen información y me siento culpable. Estás completamente nerviosa, inquieta, no dejas de verme y miras (en un desvío fugaz) mis labios y mi corazón salta porque conozco esto, y sé lo que se viene.
Cosa que nunca llegó.
—Al parecer, esta vez iremos a Cuenca —dices nerviosa con un nidito en la voz, pasando en puntillas y a oscura el tema de que me acabas de ver los labios y no tengo idea de quién fue más cobarde.
Yo por no complacerte o tú por ignorar tus actos.
¿Después de todo era yo una cobarde?
¡Claro que no!
Recuerdo perfectamente que en unos días atrás aposté todo por la nueva Bela, la Bela que aparece sin permiso cuando está la morena presente (ya que con ella no puedo fingir).
—Ya veo.
Repito y eso te impacienta porque ahora no solo se te acaban las máscaras, sino la paciencia y tienes miedo que en un ataque de locura, termines recreando escenas en cierta carretera oscura por la desesperación. Mi fuego interno me pide avivar ese sabor de tu lengua y lo acendrados que tus labios pueden ser. Joder, y tus caricias... ¡Tus benditas manos!
—Ajá.
Sonrío, me alejo de ti para darte espacio y no incomodarte, cruzo mis brazos esperando que seas tú la siguiente en hablar; pero te molesta aún más el detalle de haberme alejado y me buscas, tocas mi pierna con el dedo índice y dibujas círculos. De alguna manera buscamos siempre estar conectadas. Era yo quien usaba medias negras y una falda ajustada, mi morena usaba unos jeans y blusa de botones. Tus movimientos eran lentos, tortuosos, desgarradores y calmados, y no sé cómo jodidos es que puedes provocarme tantas emociones en un segundo. Debería odiarte por ello, por querer subir más y tocar mis muslos con descuido cuando se nos está prohibido por la ley divina hacerlo. Me pones nerviosa y comprendo que es una venganza. ¿Me provocas, Rebecca? ¿Quieres cobrarte por haberte puesto nerviosa? Entonces, ya no es solo un dedo, sino que juegas con dos y con tres haciendo que la piel de mis brazos se ericen, es vergonzoso que me veas así.
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Alguien Tenía Que Aprender.
RomanceYo era un polo: fría sin motivo alguno, distante, con un corazón cerrado, protegiendo los pocos pedazos que me quedaban, y ella, con apenas un roce de su mano, me enseñó porqué un volcán explota, porqué mueren las flores en otoño.