Hubo una reunión inesperada que nos tomó casi tres horas en concluirla (y se suponía que era mi día libre). Cuando terminó, ir a mi departamento en ese hotel de mala muerte, no fue una gran idea y decidí que era mejor quedarme un poco más para terminar cualquier trabajo que tenga por hacer. No estaba en mi mejor momento porque ahora no me soporto ni a mí misma. Sencillamente no quería saber nada de nadie. Revisé el celular, pero no tenía ningún mensaje de ella y luego recapacito que tampoco tiene mi número real. Así que al no tener mucho por hacer, más que escuchar a los dirigentes hablar, ver a Jonathan entrar y salir de mi cubículo, escuchar sobre las fotografías que los nuevos prisioneros se rehusaban en tomar, la noche se puso en un abrir y cerrar de ojos inesperado, y creo haber gastado más del cincuenta por ciento de mi batería por estar al pendiente de alguna cosa que tenga que ver con la morena. Casi y pongo un letrero en la puerta donde dice "No molestar", solo expectante a ella, a que diera señal de vida al menos, no me importaba nada más en ese momento.
No recibirás nada, Bela, ya déjalo. Pidió tiempo (otra vez). No es de las personas en dar el primer paso.
—Idiota —me lo volví a decir.
Sonrío vencida viendo la pantalla de mi celular apagándose y entonces sí que lo dejo.
Ya era hora de marcharme de este lugar.
—¿Quién es idiota? —pregunta Jonathan a mi lado, otra vez, recogiendo su chaqueta limpia y avizorando mi rostro por lo sucedido en la mañana—. ¿Cómo sigues? ¿Has hablado con ella? ¿Lo tomó bien?
Me hubiese sido fácil contestar las dos primeras preguntas, las otras dos se me fueron de las manos y me estaba matando por dentro.
Yo también quiero saberlo.
—Son muchas preguntas que agravan el dolor de cabeza.
—No te duele la cabeza —gruñe.
—Si te sigo viendo la fea cara, sí lo tendré.
El rueda los ojos parloteando cosas sobre su noble intervención agregando "un gracias me bastaría", lo cual me deja inquieta. Jonathan no hizo mucho realmente para que evitara golpear al agente. Fue Rebecca, fue su jodida voz que necesito escuchar y que no lo haré si no tengo el celular cargado.
—¿Ya te vas? —dice él saliendo conmigo de la comisaría.
Entonces volteo a verlo con sarcasmo.
—¿No se supone que eso estábamos haciendo?
—Pa ya sa. Pensaba en ir a comer unas hamburguesas en la esquina. ¿No tienes hambre?
¿Siquiera tengo hambre?
Desde hace mucho que no mantengo una buena nutrición que digamos y comer hamburguesas en la noche, solo me empeoraría, aunque tampoco me quejo. Pero hoy, no me apetecía.
—No, comeré en mi departamento.
—¿Ah sí? —Sonríe irónico también—. ¿Un bote de helado de rompasa?
No era tan malo. Me gusta la rompasa.
—¿Te me estás riendo? —Le empujo unos centímetros lejos, sonrientes los dos—. Estás muy preguntón hoy, soy yo la de las preguntas.
La frase expulsada inconscientemente, como si fuera automática, me trajo recuerdos que me amargó el ánimo enseguida, mas una voz titirante me sacó de la nube que había creado alrededor y también interrumpió el debate que estábamos generando.
—¿Ana?
—Bueno, las dejo. —Saluda a la chica y se despide de mí con un beso en la mejilla—. Y come algo, por favor, te estás demacrando.
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Alguien Tenía Que Aprender.
RomanceYo era un polo: fría sin motivo alguno, distante, con un corazón cerrado, protegiendo los pocos pedazos que me quedaban, y ella, con apenas un roce de su mano, me enseñó porqué un volcán explota, porqué mueren las flores en otoño.