Sentí una presión fuerte en mi mejilla derecha y me hallé completamente sudada cuando desperté; mas avizorando el contexto amable de la vida, me entero con perspicacia de una hermosa vista de la playa. ¡Qué sol! Aparenta ser más intenso que una ardentía en la tarde. Andaba en sostén cubriendo mis senos, a lo mejor en la madrugada tuve que haber sacado mi blusa por el calor. Cuando quise asearme, mis piernas fallaron haciéndome caer y un mareo terrible me causó una fuerte migraña. ¿Pero cómo? En absoluto sabía qué pasó, pero apenas la voz del chico cantando One and Only es lo último que pasa por mi mente, también recuerdo lo miserable que me sentía y las botellas encima de la mesa... Joder, me había pasado.
Completa mierda, me quejé, tengo que recordar toda esa mierda justo ahora.
La voz salió disparada al imaginarme hacer el ridículo en frente de los demás, lo detuve enseguida cuando vi dos pastillas en una servilleta y un vaso de agua en el suelo. Soy consciente de que Mateo pudo haberlas puesto ahí porque no hay dónde más, él era el único que estaba conmigo en ese momento.
"Tómate las pastillas y cuando te sientas mejor, puedes regresar con los demás. Rebecca".
Puta madre.
¡Mierda y más mierda!
En efecto, la recuerdo tirada en la calle conmigo, tanta pena la mía que incluso sabiendo lo mal que actué, una sonrisa se apodera de mis labios y me encuentro viendo la letra de mi profesora escrita con tinta azul. Vuelta a la risa que me da por mis tontos actos. Me pregunto si su color favorito es el azul porque entonces, lo he hecho bien, su pequeño regalo es azul. Me quedé sentada en el piso, había gateado hasta tener esa caligrafía en las manos y dejarla apoyada encima de mi pecho queriendo, deseando con fervor que quedaran tatuadas. No me importa que esa sea mi primera mancha de tinta en piel, son peores los recuerdos que quedan grabados porque de alguna manera, en el momento menos indicado, nos invaden y no nos libramos fácilmente.
Suspiré, como de aquellos escépticos que huyen de las brasas el jodido amor.
—¿Qué haces ahí? —pregunta produciéndome un temblor. Era el castaño interrumpiendo mi estado apaciguado, me puso los pelos de punta y tenía unas ganas inmensas de golpearlo. Su bendita costumbre de hacerme asustar—. ¿Acaso estás pidiendo disculpa por tu vergonzosa borrachera? Porque de ser así, tienes que pedírselas a Rebecca, no al suelo, bobota.
Le fulminé con la mirada, no estaba para aguantarlo.
Escondo el papel en mi pantalón sin importar mostrar mi torso casi desnudo. Me ha visto en traje de baño, no sería posible que se sorprenda viéndome en sostén. Me tragué las pastillas que la profesora, no sé cómo, las había dejado para mí. No estaba segura de si en realidad quiero recordar con detalle lo sucedido.
—Cállate.
Él me responde con una mirada burlona.
—Tápate que no agradas la vista.
Me tira una toalla y le saco el dedo medio para al final meterme a la ducha. La resaca me era ineludible, pero el mal olor lo puedo combatir.
—Joder, no es que tomé demasiado para que me duela así.
Me recosté en el único sillón que había en la habitación y eché mi cabeza para atrás cerrando los ojos. Esas pastillas no hacían efecto. Mateo guardó silencio reglándome un tiempo para pasar esta mala racha.
—Sabes que solo vine para que me contaras qué te pasó ayer. —Se acerca, separa mi cabello ondulado por el calor y me deja un beso en la frente. Como si de una película se tratase, recuerdo a Rebecca y el adorable beso que me había dado, gracias al cielo que lo recuerdo perfectamente—. Sé que mis besos son irresistibles, pero ya afloja la cuerda.
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Alguien Tenía Que Aprender.
RomanceYo era un polo: fría sin motivo alguno, distante, con un corazón cerrado, protegiendo los pocos pedazos que me quedaban, y ella, con apenas un roce de su mano, me enseñó porqué un volcán explota, porqué mueren las flores en otoño.