Veinte

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Trago fuerte al pensar que la mujer a quien he ignorado estos días y quien ni se ha inmutado siquiera en preguntar si algo andaba mal entre nosotras, me escribió. Era muy evidente la entumecida rigidez que tuve apenas su nombre apareció en la pantalla; arrítmica, sorprendida, feliz, todo eso por un mensaje, por ella. Pestañeo un par de veces sin creérmelo. Fueron creo que cinco o seis mensajes que compartimos un día por WhatsApp sobre tareas y desde ahí, nunca hemos utilizado más la aplicación para conversar o hablar sobre nuestra monotonía. Nunca hemos hablado de nosotras después de todo. Trato de contener la algarabía interna que destroza como fuegos artificiales mi sensatez y la nostalgia pasa en mi cabeza como un rayo al recordarla distante.

—Hola —digo con dificultad cuando la otra línea atiende.

Las palabras salen de mí como si estuviese en la mierda completa. No tenía el control y mezclo pronunciación con sentido y estaba malditamente consciente de aquello, no puedo evitarlo.

—¿Bela? —pregunta, adormecida, pero parece analizar la situación, mientras que la hora era muy rara como para recibir una llamada de un estudiante—. ¿Te pasa algo?

Escuché su voz tras una línea telefónica por primera vez en todo el tiempo que la llevo conociendo y la mujer pelinegra, que tiene mi ser disipando entre seguir u olvidar, me sigue sorprendiendo por la serenidad que sabe transmitirme con solo hablar.

—Muchas gracias por... su mensaje. Creí... ¿Cómo es que...?

Pensé haber dicho eso y espero haberlo dicho. La pelinegra hizo caso omiso a mi agradecimiento y preguntó con preocupación.

—¿Dónde estás?

—Celebrando mi cumpleaños. Por supuesto.

Suspira, aturdida.

—Pero estás borracha, son las dos de la madrugada.

—Tal parece que ya acojo nuevos derechos, soy mayor de edad, profesora.

Sabía que llevarle la contraria siempre la ponía de mal humor, aunque en mi estado, eso era lo primero que quería hacer. Molestarla, porque me gusta hacerla enojar, porque me gusta después que me perdone, porque me gusta ser yo quien vaya detrás.

—Bela, joder, ¿quién está contigo?

Bela, joder.

—¿Le ha dicho su esposo que se ve muy guapa cuando se enoja?

Presioné mi oreja derecha para escucharla mejor, atenta a esa respuesta. Reí yo sola; en efecto, después de un silencio agotador, Rebecca carraspea su garganta, que a pesar de que la música está en el fondo sofocándome, su silencio se podía escuchar. Yo la podía escuchar y eso me causaba cosquilleo. Suspira nuevamente y me la imagino relamer sus labios manchados de rojo, luego su mano viajar por su piel mientras hace fricción contra la tela de su pijama; terminando en aquel paraíso donde sus dos piernas se unen y presiona con fuerzas hasta que yo pueda escuchar un intento de suspiro. Hay algo en esta mujer.

"¡Bela, vamos a bailar!".

Dijo Mateo a lo lejos e ignoré su petición por despertarme de mi ensueño magistral.

—No voy a bailar, ya estoy ocupada imaginando —mofo nuevamente con el doble sentido y en el celular no se escuchaba respuesta más que gruñidos—. Profesora, ¿usted tiene imaginación?

—No —contesta enseguida—, ya me la han agotado.

Sonrío.

—Dime en dónde estás.

Me pareció haberla escuchado con un control exagerado. Me encanta escucharla, me fascina saber algo nuevo de ella y sé que le estoy haciendo repensar las cosas.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora