Cuarenta Y Cuatro

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Tal vez llegó el momento que más odio en las noches de alcohol en mi organismo, el desequilibrio mental que produce en mi cuerpo conlleva a realizar locuras con la mente en otro lugar. Locura que por este estado de embriaguez, creemos que está bien. Así como la rubia que está echada en mi cama, con su torso descubierto y sus piernas adornadas con la sabana de la cama. Veo sus curvas y la admiro como se admira a cualquier mujer hermosa. En silencio la vuelvo a tener, pero sin hacerle daño, a esa mujer no se le hace daño. A ninguna. Y aunque la admiro desde la silla donde sigo bebiendo esta vez un poco de ron, confirmo que a Rebecca la miro de otra manera. Mateo tenía razón. La rubia no me produce nada más que deseos de tenerla, a Rebecca la cuidaría. Con la rubia es puro sexo, a Rebecca le haría el amor. A Rebecca la admiro, pero con la intensión de imaginarme su pasado, su presente y establecerme con ella un futuro. Su vida con la mía, una vida juntas. Entonces, esta es la parte que más odio porque aunque sea bajo efectos del alcohol, confundí a la rubia con mi pelinegra. A ella sí le hago lo que deseo hacerle a Rebecca, con ella sí puedo, es incluso real aunque se sienta en vano. Aunque sepa, hasta la médula, que no es la mujer que quiero. Despertar y saber que no es Rebecca quien está allí, es otra forma de morir.

Quizá por eso soy una borracha. Me gusta pensar que es la profesora quien me espera impaciente y con ansia, yo no refutaría jamás ante ella. No me negaría a una de sus peticiones, de hecho, sería agradable yo ser una petición suya. Me hundo cada vez que me hallo más loca de lo normal, más ajena porque sé que estoy mal desde el comienzo y temo a que esto no sea nada más que obsesión.

Me levanté directo al baño, iban a ser las siete de la mañana y desperté sin dolor de cabeza, pero sí con un dolor en el pecho. Algo me hacía falta como todas las mañana que despierto. Tomé una ducha y el pensamiento de volver al psicólogo no me vino mal.

Al salir con la bata envuelta en el cuerpo, la rubia sigue durmiendo. Deberíamos ser amigas al menos. Después de todo, dentro de un mes, me iré de aquí y el sexo gratis y seguro tampoco me va mal ni para ella.

Tenía un café en las manos y en mi escritorio había unas donas. "Cambiamos de repartidor. Estas saben mucho peor que las otras".
Escrito por mi querido amigo Jonathan. Mateo y él adquirían virtudes semejantes: sacarme de mis casillas. Le había escrito antes de subirme al vehículo: "Hey, petardo, no quiero estar en este lugar, pasaré por mi oficina. ¿Alguna novedad?". Y aunque quise ser un poco humana con él, de resultado recibo un bonito y muy azulado visto.

Las pocas personas que trabajan allí en la misma comisaría, me saludan por mi apellido y con una sonrisa. Se veían ajetreados, los sábados siempre son así. Les saludo igual, mas evito lo último. Me senté en la silla de mi escritorio sin nadie molestando, ni siquiera Jonathan, dispongo a establecer una hora fija para la salida nocturna con mi amigo. Nadie me podría dañar el ánimo apaciguado que llevaba porque nadie tampoco me quitará la divina noche que tuve con esa rubia.

—¡Hello! —Un grito amigable me hace asustar desde mi puesto—. ¿Cómo estás? —Se sienta frente a mí con una sonrisota robando dos donas al mismo tiempo.

Solo lo veo curiosa del porqué tanta felicidad.

—Gracias a mis excelentes dotes de un verdadero hijeputa, pude conseguir datos extras en el interrogatorio de esos dos ladrones que atrapamos.

—Me alegro que tomes en cuenta lo de hijeputa —dije comiendo también una dona.

Sí que estaban horrendas.

Él fingió una sonrisa y me señala el dedo medio.

—El capo viene solo dos veces por semana a la ciudad y pasa una sola vez en la institución, se queda máximo cuarenta minutos. Fueron muy claros que no establece conversación con ningún menor solo con un tal Rodrigo Vera.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora