Nueve

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Pensé en decirle lo primero que pasó por mi mente cuando la vi buscar su móvil y llamar a un taxi. Es serio lo que hablaba, mas lo único que traté fue de explicarle el porqué salí de la biblioteca como una loca; pero creo que es inoportuno arruinar este momento. En su hombro descansa mi mochila, no parece importarle hacerme pasar por esto, de hecho, parece más bien disfrutar de tenerme ahí: sufriendo por no perder la cordura de mis pasos. Sabía en el fondo que todo esto era por una causa en particular; su cercanía se ha vuelto un tormento que recorre sin piedad todo mi vientre y sube como ráfaga a mi pecho, produciéndole a mi corazón vuelcos tremendos de algarabía, produciéndome una buena sensación. Me provoca tantas cosas que jamás había experimentado y no tengo idea de cómo reaccionar. Respiro para calmarme, para recobrar el uso de razón que Rebecca me ultrajo en alguna hora clase. No la conozco, no he hablado mucho con ella, ¿cómo es que me tiene así entonces? ¿Qué tiene ella que me descontrola, me vuelve otra?

Pasamos a unas cuantas personas que esperaban en sus celulares, sin enterarse de mi pánico. La morena también las ve guardando silencio. Me pregunto si en realidad gastarán de esta forma sus vidas o si piensan que tienen toda una vida para lanzarse al vacío y probar al fin un poco del mundo, sabiendo que la vida como cualquier otra emoción, se acaba en un dos por tres, me pregunto en serio si conocen aquel dato... Tengo pena de que no se atrevan, al menos un poco, a perseguir sus sueños por miedo. Decían por ahí que cuando te hace temblar las rodillas de nervios es porque estás haciendo lo correcto. Entonces pienso en mi situación actual, camino con dolor y con un temblorcito idiota entre mis rodillas y manos. Amago un poco sus movimientos arrítmicos sin obtener resultado. Trato de seguirle el paso, pero seguir a Rebecca resulta ser complicado. Ella sigue su camino por delante ocupando toda la atención como es costumbre, y la veo de espalda y me vuelvo a preguntar si Dios alguna vez se enamoró y si esta mujer fue el resultado de ese eterno amor. Ella parece eterna. Sin negar que veo innecesario la molestia que se tomará por mi culpa, decido hablar y sacarla de su burbuja o sacarme a mí.

—Profesora, no tiene que hacerlo.

—Yo te detuve. Has perdido el aventón por mi culpa.

Su paso se acelera más y me cuesta seguirla.

—Yo puedo llamar a Castellanos y decirle que me lleve, en serio no tiene que.

Apenas me miró y no sé si es por el sol, aunque no está tan fuerte, pero en su mirada había algo que no sabría cómo describir. Frunció el ceño y me entregó la mochila sin ningún tipo de cuidado, como si la profesora de química (la enojada e idiota) hubiese vuelto.

—Te doy tres minutos —advierte—; si no te contesta, te llevo yo a tu casa.

Y ese fue un ultimátum de su parte. Con la seriedad que lo dijo y por el sol que ahora parece quemar mi piel, pensé que era mejor comenzar desde ya. Asentí bajando la cabeza vagamente, pues ante esa mirada nadie se puede arriesgar a llevarle la contraria.

—¿Será mejor si vamos allá?

Señalé al frente de nosotras, hacia un lugar donde la sombra abunda gracias a dos árboles frondosos que agracian el paisaje. Era mi oportunidad de tomar un respiro y salir de ese círculo de tensión que Rebecca puede crear con solo un chasquido de dedos. La verdad, no me imagino ser llevada por la profesora a mi casa y ante ese temor, busco mi celular mientras cruzo con nervios la calle, sería lo más lejos que había ido con Rebecca; y cuando encontré mi móvil, sentí un jalón muy fuerte desde las costillas que hizo que mi pie se torciera y me desgarrara un inmenso dolor. Un carro pasó a gran velocidad que logró alzar mi falda a la par del viento, me la bajé enseguida, pero Rebecca ya me había quitado la poca dignidad que tenía al ver unos calzones rosados. Casi me atropella, casi muero arrollada y Rebecca fue quien me ha salvado, pero también se lleva esa imagen poca civilizada de mí.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora