Veinticuatro

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El gran día llegó y como no era de esperarse, las miradas nuevamente estaban esparcidas por encima de nuestros hombros.

Él lucía tan varonil con el uniforme del equipo mientras que yo apenas pude ponerme un vestido marrón que no favorecía para nada mi color de piel y para autoridiculizarme más, mis rodillas estaban protegidas por una gasa. Solo han pasado veinticuatro horas desde mi gran atropello y no la he vuelto a ver.

—Te ves sexy —me elogió burlón.

—Vete a la mierda.

Sonreímos cuando entramos al colegio. Mateo comenzó a frotar sus manos contra las mías y llenaba sus mejillas de aire para exhalar lentamente y al final, regalar sonrisillas nerviosas ante los buenos deseos que le daban para el partido de esta noche.

—Hey, tranquilo —dije también fingiendo despreocupación. Los contrincantes son gorilas salvajes—. Todo va a salir bien, aparte si perdemos, igual llevamos tres puntos de diferencia.

Mi amigo me rodó los ojos y volvió a exhalar nervioso.

—No ayudas mucho, Estef.

Su voz se escuchó rasposa y le ofrecí un gran abrazo para calmar su ansiedad, pues he de entender lo mal que se siente ser el centro de atención y tal vez fallar. Es un gran juego para todos.

Nos despedimos en el baño y fui a comprar canguil o cualquier cosa que estuvieran vendiendo, el punto era distraerme y evitar topármela; en efecto para mi mente, esa falda negra ajustada más abajo de las rodillas nunca pasará de moda.

—Te ves fatal, rubia.

Una voz femenina se asoma a la ligera y me hace dar un leve susto que pude calmar ingenuamente. La miré y sonreí tímida.

—Hola, rizos.

La chica con esos rizos alborotados parecía demasiado feliz, Willy Wonka estaba dentro de ella haciéndola tan activa por tanto chocolate. Se sentía bien estar con alguien así, pero es más intimidante.

—Vamos a sentarnos juntas.

Me guiña y agarró mi brazo. Extrañada por el efecto que produjo en mi cuerpo, dejé que me guiara y me ubicara donde le apetezca, y no me molesta el lugar, de hecho, eligió unos asientos muy buenos, se podía observar un buen panorama.

—¿Mateo estaba nervioso?

Asiento metiendo un puñado de canguil en mi boca.

—¿Y cómo estaba? Digo, en las prácticas, vi que lo acompañaste a todas.

Vuelvo a asentir y vuelvo a meterme una gran cantidad de canguil.

—El fútbol... es impredecible —respondí y ella confirma.

De un momento a otro, la felicidad radiante y agotadora fue reemplazada por una preocupación en su rostro. Parecía que tenía algo por decirme y cuando lo iba a hacer, ella misma se cohibía. Dio un fuerte suspiro, apretó los dientes y lo soltó.

—¡Me gusta tu amigo! ¡Ya lo dije, carajo!

Ese era el drama.

Lo único que pude hacer fue quedarme en silencio asintiendo como tarada una y otra vez. La verdad que esta chica era muy modesta para Mateo. La rizos estaba ahora desubicada. ¿Este es el momento que tengo que felicitarla o darle el pésame?

—¿Solo vas hacer eso? —me reta.

—¿Qué... qué quieres que te diga? —Miré hacia la cancha y justamente el animador comienza a mencionar nuestro equipo.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora