Treinta Y Siete

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—¡¿Cómo?! —exclamó Clara ya con unas expresiones muy marcadas en su rostro. La cara se le estaba poniendo roja denotando la vergüenza hasta en la voz.

—Como oyes —dijo Rebecca con áspera voz, regresando con esa armadura brutal—, es la profesora de Filosofía, Verónica Sotomayor. —Se puso de pie buscando un libro lleno de polvo. Parece que no recibe mantenimiento hace mucho tiempo—. Y que busque el mismo libro, no significa que sea ella.

Rebecca deja de buscar sacando un libro que yo sé muy bien cuál es. Me mira y no despega su mirada de mí, la intensidad que me daba llegó a intimidarme y mostró tristeza, rabia y pena. Aquello lo sentí. Comprendí que lo que marca en el alma, a pesar de los años, no se quita.

Es estúpido, pero quisiera saber qué sucedería si llegase a ver nuevamente a Bela. Quisiera ver su reacción, verla débil, quisiera vengarme sin hacerle daño.

Me entregó el libro de Bécquer y cuando lo agarré, con intención, acaricia mis dedos por unos largos segundos. Tragué fuerte por el ambiente en el que ella nos puso. Escuchaba a Clara disculparse, pero yo solo presenciaba a mi Rebecca irse del lugar. Algo había cambiado en su persona y me mataba de rabia no abrazarla fuerte y decirle cuánto jodidos la he extrañado. Me senté y abrí el libro. Ojeé las páginas por un tiempo y sentía que mi cabeza daba vueltas varios temas inconclusos, reviviendo ilusiones que debieron haber muerto. Escuché la puerta abrirse con la llegada de varios estudiantes, la mayoría eran señoritas con la falda más arriba de lo debido y largas cabelleras de colores.

—Le voy a pedir su número. Me lo tiene que dar de ley —dijo una de ellas con un tono egocéntrico—. O sea, soy sobrina del director.

—Y líder de la barra eléctrica.

—Por supuesto... —Quedó en silencio cuando me vio.

Puse el libro en su puesto y me fui del lugar sin despedirme de nadie. Clara me detiene cuando estaba firmando con mi nombre la asistencia.

—¿Ves a esas chicas allí? —dijo sin verlas siquiera, con una sonrisa—. Bela era todo lo contrario, una buena niña. Te pido disculpa otra vez.

¿Una niña? ¿Así todos me veían? ¿Tan diminuta?

—No se preocupe.

Había releído ese poema IV que era nuestro. Escuché cómo murmuraron palabras de fastidio en mi contra. Recibí la segunda llamada de mi mayor preguntado sobre información del caso, le di algunos datos que necesitaba que investigue y que me pasara lo más rápido posible. La cabeza me daba vueltas, enterarme de la forma en la que me veían pudo disparatar mi concentración.

—¡¿Que pasó qué?! —Su voz rocosa golpeó mi odio.

—La bibliotecaria me reconoció... pero estuvo una profesora que negó la sospecha.

—¡Mucha vaina! Trata de cambiar más tu imagen, usa más maquillaje o lo que sea. No te pueden descubrir en mitad de la operación.

¿Más maquillaje? ¿Qué puto cambio daría eso?

—Desde luego, no se preocupe... pero hay otro tema importante. Va a ver un partido muy ventajoso, quizá mi compañero pueda ir de encubierto y analizar algunos puntos que requiero.

—Autorizado. Manda una carta para poder firmarla y listo.

—Está bien, cuando tenga otros datos, le paso la información.

—Bien.

Colgué el celular y preparé mis cosas para las siguientes clases que faltaban. Agobiada, la palabra exacta para describir cómo me encuentro. Apenas salí del colegio, iba ya a anochecer. No tuve tiempo porque fui directo al hospital para tomar declaración, supuestamente con la de mi compañero todo está resuelto, pero había todavía algo que no me agradaba y ya conozco eso que dicen, haz caso a tu intuición. En el auto, me puse el chaleco de policía y tomé mi placa, saqué de mi rostro el exceso de maquillaje, guardé la peluca y los lentes de contacto. No puedo darme el lujo de que un estudiante me reconozca.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora