Treinta Y Nueve

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Me llevó hasta el bar como si yo no conociera aquel trayecto y la dulzura que sentía en ese momento me hizo parecer idiotizada con cada acto de ella. Me parece interesante incluso cuando yo lo he hecho antes, también me parece que todo lo que sé ahora es más fácil de entender por ella. Me lleva de la mano y la morena es quien impone ahora. Es impresionante que un simple toque pueda volver mi mundo boca a bajo.

Pidió algo de comer y mientras esperábamos la orden, unos chicos, cuyas caras no reconocía aún (cosa que me discriminé porque ya llevo el tiempo para reconocerlos), pidieron unas chatarras y firmaron en un cuadernillo. No la quiero entrometer con nada que tenga que ver con la razón por la cual estoy aquí metida, pero cuanto antes termine esta misión, es mejor para mi salud emocional y psicológica.

—Rebecca —la llamé disimuladamente—, ¿para qué firman aquellos chicos? ¿El bar también fía?

Rebecca vio de forma discreta a la dirección que mi hombro le señalaba y se encapota, desconocía ese acto inusual.

—No tengo idea, no he tenido nada pendiente, pero a lo mejor es por eso—contestó—. Además, ya es muy tarde para que sigan aquí.

Y como por arte de magia, la señora quiso ir a averiguar, mas llegó el pedido. Juro que no la quiero involucrar y eso es lo que haré. Ambas agradecemos y buscamos un espacio en las gradas donde la sombra abunda gracias a Dios. Nos sentamos y Rebecca no parece importarle disimular su intensa atención sobre mí. Entonces yo también la miro, pero por segundos y desvío mi mirada, y repito la acción y decido parar ese juego. Basta, Bela. Joder.

—¿Conoces a Bela West? —pregunta dejando de acorralarme con esa mirada.

Si estuviera comiendo, me hubiese encasquillado con mi propio masticar y esa pregunta la disipo mentalmente, y me dispongo a sentir un volcán en plena erupción convirtiéndose en nervios que logro ocultarlos hasta más no poder.

—¿Bela? —replico con temblores en la voz—. Yo no... No, no creo conocer a alguien que se llame así. Es un... nombre extraño.

—Ah —responde seca.

—¿Por qué?

—Nada, es solo que... tu parecido físico es asombroso. —Vuelve a posar las perlas oscuras sobre mí como lo hizo desde el comienzo, torturándome—. Apuesto que si tuvieras una marca...

Concluye confundida de sus palabras, confundiéndome. ¿Qué marca tengo yo? Siento en mi corazón una chispa de melancolía, una remembraza fugaz que puede abatirme. En su rostro se ve felicidad, sonrió, estuvo feliz al hablar sobre Bela y eso no sé cómo interpretarlo. Pero ahora, aún masticando su sánduche, se nota que su sonrisa desapareció enseguida y mira el suelo como si tratara de borrar un episodio de su mente, como si lo mismo que sucede conmigo, sucede con ella.

¿Qué marca? ¿Será el tatuaje?

—Así que Bela... —digo de estúpida.

Rebecca regresa al mundo, impresionada por mi sospecha. Ambas sabemos que quiero escuchar más sobre aquella chica. Entonces, ella, con sonrisas nerviosas, asiente.

—Sí, pero... nada importante.

Claro, a otro perro con ese hueso.

—¿Nada importante? —pregunto haciendo presión en la herida.

Ella rueda sus ojos con una sonrisa negando y volviendo a masticar su sánduche.

—Ya. —Miro para el patio, topándome con una cantidad de hojas caídas—. Casi siempre, ese nada importante es quien divaga en la mente sin que uno quiera.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora