Diecisiete

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Cruzas tus brazos y me quitas la mirada, el valor con el que habías llegado, se consumió en cada segundo que pasabas a solas conmigo. Te veo buscando las palabras correctas antes de hablar y espero abrumada.

—Siento que no está bien encontrarnos muy a menudo.

Tu voz se escucha resplandeciente y de la nada aparecen las ganas tremendas de callarte con un beso. Acabas de decir una estupidez que es muy raro de ti. Lo único que pude hacer fue tomarme unos segundos insignificantes para aclarar la mente e ignorar lo justamente guapa que estás esta noche. Es innegable aquel factor que precede de ti a diario. Pero escuchar atenta y dejar las payasadas es lo que debía hacer, y dejar de pensar en tu sediento cuerpo. Aceptar toda condición que me reclames, aceptar un enojo, un regaño, una caricia. Mas el collar que llevas puesto me trae a la realidad, de hecho, hace a mi cuerpo revolcarse en la asquerosa realidad como si fuera un cerdo juguetón, a diferencia de que nada de esto es un juego.

¿No está bien encontrarnos muy a menudo? Hablas de una acción precipitada, ya tomada antes y no recuerdo haber quedado en nada contigo. No me eches la culpa, fue desprevenido y las dos hemos quedado juntas por casualidad. Es normal que los profesores se encuentren de vez en cuando con sus estudiantes por las calles, saludarse, intercambiar miradas y nada más. Pero tú has venido y me has detenido solo para decirme eso. ¿Estás consciente de que la que hace un drama por una chiquillada eres tú?

—Pues no le entiendo, profesora —respondí y frunces el ceño, no te presto atención y te molestas.

Nunca te ha gustado que no te miren cuando hablas. Enjuago mis manos con la intención de salir.

Estoy igual que tú, Rebecca. Solo que para mí, estos encuentros me han parecido la gloria, a ti te han parecido sórdidos.

—Entiendo —dices molesta—, si yo hubiera estado al tanto de que vendrías a este mismo restaurante, hubiese ido a otro lugar.

Esta vez te has propuesto demasiado en hacerme sentir una imbécil. ¡Vamos, Rebecca! No es para tanto. Tal vez yo misma le he dado un poco de drama al asunto, ¿pero tan despreciable es mi presencia? Recalcas tú misma de esas palabras hirientes y te enmiendas, el gesto se te ablanda.

—Digo, no me malinterpretes...

Muy tarde.

—Entiendo.

Interrumpo tu absurdo juego de palabras para lograr reivindicarte. En cambio, no consigo decir más que aquello aunque quisiera reclamarte tantas cosas. Tuvo que haber visto a una niña, con un rostro triste, de cero amigos porque sentí su mano en mi brazo consolándome. Ahora venía tu compasión y lastimas.

—No me molesta —pronuncias contradiciéndote—, lo juro, pero no me parece correcto que...

—Ya, pero tampoco es mi culpa.

¿Sabes? Y qué si tú eres quien me persigue y traes contigo a un hombre para que te bese y yo lo vea; y qué si eres tú el problema y me lo chantajeas a propósito. Y qué si yo disfruto toparme contigo a cada rato.

—Yo solo vine a cenar con mi madre, disculpe si le he causado una molestia, profesora.

—Solo te pido que no digas nada. Eso es todo.

Sin más, Rebecca se retira del baño, rara, distante, provocativa más de lo normal o quizá yo empiezo a sufrir de mitomanía.

Me mojé el rostro para apartar todo pensamiento negativo en mi contra y con un poco de vergüenza, salí de ese baño. Enseguida mi maestra me ve y di lo mejor para pasar de su mirada con perspicacia.

¡Dios Mío! Su mirada es como un imán, yo apenas soy un trozo de metal que estúpidamente va a toda velocidad hacia sus pies y lloro suplicando por ella, por un poco de ella. Y me arrepiento tanto de ver a su mesa porque observé al señor besarla de nuevo; esos labios no lo aceptaban y fingían. Qué suerte. Si fuera valiente, iría donde él y diría lo afortunado que es, que a su lado tiene lo que sería la perdición de algunos y la epifanía para otros; que tiene el honor de dormir a su lado y verla, verla más allá del cuerpo, verle el pensamiento; escucharla hablar de química, de música. Crear química. Tiene suerte. Despertar con Rebecca ha de ser el objetivo vital de alguien que sí se atreva.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora