Seis

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—Esa profesora cada vez está más rara.

Lola se acerca a nosotros mientras intentamos llegar a la salida de la institución a prietas. Justamente hoy todos tienen el apuro de salir rápido que van golpeando a quienes estamos alrededor. Sí, el típico día en donde más quieres salir corriendo y menos te dan chance.

—Solo nos ha dado dos clases, Lola —respondió mi amigo defendiendo a su profesora, la duda de la chica con el cabello llamativo se evidencia de forma burlona. Estaba celosa, mas el castaño pasa por encima de cualquier sopesar de su pareja y añade—: Aparte, a mí no me parece rara, es muy buena profesora.

Y ese adjetivo de conceptos subjetivos enfurece a la pelirroja violentamente. Me río por la situación. Me gustaría que supiera lo desacuerdo que estoy con él. Ella lo ignora por completo, me gustaría también saber qué es eso que le molesta tanto. Por otro lado, si me pidieran describir a la profesora de química con una palabra, sería exactamente esa: rara. Concuerdo con Lola.

O mejor Sexy.
No, no. Rara está bien.
O hermosa.
¡No! ¡No!
¡Rara! ¡Y Ya!

—Claro, te le quedas viendo el culo como menso —contraataca molesta.

Le revira los ojos y yo comienzo a palidecer por la escenita que armarán estos dos. No tenía ánimos para sus cosas.

—Apuesto que no soy el único que piensa de esa manera.

Mateo me dedica una media sonrisa que entiendo a la primera y yo aún debatiendo el correcto significado de rareza. Así solemos tachar a lo desconocido, pero lo desconocido también resulta ser majestuoso. Lola me mira unos segundos y suspiro sin importancia para evitar hurgar en el tema. Seré parcial en la conversación. En mi subconsciente estaba la viva imagen de sus labios remojados por su lengua y las miradas que me daba (que creía que me daba), sus caderas, su voz. Todo. Lo tenso que mi cuerpo estuvo y mencionarla en estos momentos no me hacía bien, peor si es para defenderla de una chica celosa.

Beatriz pasaba por mi lado con unos cuántos libros como ya es costumbre. Creía que el de tercero le ayudaría porque ese tiene telepatía. Pero a mi derecha también está la profesora Rebecca, la que me tiene imaginando platillos voladores y buscando un correcto significado para definirla; intentaba cerrar la puerta con llaves y llevaba su portátil y un maletín, mencionando la gran carpeta que sostiene entre sus piernas. Forcejaba con dificultad y se la veía estresada mandando al diablo aquel cerrojo que no quería funcionar.

Mateo y Lola se perdieron mi drama por su discusión y yo me perdí el suyo porque no me interesaba.

Otra vez mi cerebro decidía las cosas equivocadas. Quería ir a por Beatriz, pero si lo hacía, me estaría perjudicando. ¡Qué decisión! Entonces, en silencio, me separé de mis acompañantes y sin ayuda de los salvajes que corrían en el pasillo, me acerqué a Rebecca con un poco de dolor en el pie, a la menos indicada para pensar claramente; incluso, le amenacé a mi mente para que no recordara nada de lo que pasó dentro del grado, pero segundos después cambiamos de posición y era esta quien me amenazaba. Piensa en blanco, por favor.

—Déjeme ayudarla —dije mordiéndome la lengua y agarrando sus dos maletines sin esperar a que me contestara.

¡Qué atrevimiento! Ahora que lo pienso. Sabía que me iba a decir un: No, gracias. Yo puedo. La vi ponerse alerta al ver unas manos curiosas agarrar la carpeta que estaba entre sus muslos. Apenas me echó una mirada rápida y siguió con las llaves. Es ella, no es nadie que no conozcas. Relajó sus músculos liberando la carpeta y traté de no ver aquello. Cuando estuvo en mis manos, vi que ese pedazo de piel le estaba sudando y me prohibí ver el espacio finito en medio de sus piernas morenas. Sí aquella imagen es preciosa, no imagino cómo será la unión de arriba. Idealicé el platillo volador que anda por el piso otra vez. Rebecca me pone... nerviosa.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora