Once

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—¡Dios! —gemí exasperada con un calor intenso entre las piernas, justo en ese lugar húmedo que encierra toda mi lujuria hacia la pelinegra—. Te imaginé así muchas noches, Rebecca.

La de ojos negros me sonríe cómplice, me dio a pensar que también me había soñado algunas noches, que sin querer caí en su trampa y ahora va a devorarme como una fiera que no ha comido en varios días. Estaba hambrienta. Cuando sus dedos curiosos tocaron deprisa la tela que protegía mi intimidad, la piel se me erizó y aquello... Esa vaina fue fenomenal. La morena está decidida en ser una antropófaga sin control y yo estaba decidida en dejarme comer por delirio. Abrí la puerta de golpe y la cerré bruscamente, tenía su cuerpo junto al mío manteniendo una distancia que, en cuestión de segundos, ya era historia. Me pegué a ella con fuerza, violentamente contra su cuerpo, nuestros vientres se tocaban, pasando mis dedos por debajo de su blusa blanca. Siento su piel fría. Sus movimientos rápidos me gritaban con desespero que quiere conocer lo que oculto a diario con mis prendas. Ella me mira con placer en sus ojos frívolos y tiene la misma respiración agitada. Agonizo y ni siquiera hemos empezado.

—Me vuelves loca —susurra despacio para morder el lóbulo de mi oreja.

Sí, eso también fue potente.

Junté nuestros labios, me encuentro estólida por breve tiempo y no estuve segura de cómo se sintió ese beso, quizá recordé los últimos labios que me besaron cuando tenía quince, pero a ella era imposible sentirla. Sentí sus manos por mi cintura y con un movimiento rápido me sacó la ropa. Me encendió, joder, qué bien lo hace. Me apartó para admirar a la fémina que tenía desnuda hasta el punto de querer esconderme para que se detenga. Puse una pierna en medio de las suyas y la moví; escuché un gemido, luego otro y otro. Cerró sus ojos mandando la cabeza hacia atrás y decía cosas incomprensibles. No la sentí real. Le saqué la blusa despacio que tanta lentitud me tenía vuelta loca y mis labios fueron turistas por una tierra desconocida, recorrieron cada centímetro de ella y bendije que fuera un poco más alta. Respiré su aroma y tampoco tenía olor. Me daba lástima no sentirla real.

—Te quiero, Rebecca —confesé subiendo la mirada hasta toparme con su gesto fruncido, estábamos confundidas.

Volvió a unir nuestros labios y de un solo arranque me tenía por debajo, me tenía ahora en la pared acorralada por sus brazos. No tengo problema con que lo siga haciendo.

—¿Me quieres tener o me quieres de verdad? —preguntó sin dejar de besar mis labios, hipnotizada, haciendo que esta sea la mejor sensación que haya tenido.

Ni yo conozco la respuesta, solo se lo dije. Le sujeté el rostro con mis dos manos para que por fin me prestara atención.

—Te quiero, de las dos formas. Quiero todo de ti.

Cuando sentí su mano bajar por mi entrepierna apunto de tocar mi intimidad, los brazos de Mateo me traen a la realidad justo en el mejor momento. No, no. No ahora.

—¿Vas a entrar a tu cuarto o te vas a quedar mirando la puerta? —dijo sonriente como siempre.

Estaba desubicada entre el espacio y tiempo, con lo que había creado inconscientemente, la puerta toca mi frente húmeda y mi mano quedó ilesa en la perilla a medias voltear.

—Yo, ah... Me he bloqueado, disculpa.

Fingí una risa que él no supo interpretar. Lo sé por cómo me ve, con el ceño fruncido y sus brazos cruzados esperando a que por fin abriera esa puerta. Mi mandíbula está tensa.

—¿Vas a decir algo? —preguntó impaciente mientras entraba a la habitación.

No tenía claro qué decir ni qué hacer. Aquel sueño húmedo me había dejado con las ganas de todo. Con razón nunca la sentí mía en ningún momento, eso revela más mis invisibles posibilidades de que llegara a pasar. Mínimas, minúsculas, inexistentes posibilidades.

Alguien Tenía Que Aprender.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora