Rebecca me analiza, no aparta su mirada, me acorrala y luego sonríe con aprecio. Me siento en un juego suyo, ella se siente divertida con el efecto que tiene sobre mí. Me doy cuenta de lo que hace. Todavía siento la textura de su piel en mis dedos, procuré que no se le borraran fácilmente mis huellas y ella sigue sonriendo feliz de que lo haya hecho. No comprendo el significado de ese gesto, no comprendo por qué se relame los labios, mira curiosa el piso, hace un rictus riguroso sencillo de descifrar. Sus ojos están perdidos y se ve desde millas que no sabe qué decir. Quizá sea eso, Rebecca ya no sabe conllevar esta conversación. Entonces, yo soy la que sonrío más porque alego que esa sonrisa, ese gesto ficticio, esa mirada perdida, esa postura segura no son nada más que espejismos de una mujer que se le escapó de las manos mi nombre.
Me adelanto solo por placer.
—¿Irás mañana? —vacilo.
Ella se lo piensa antes de hablar como siempre.
—Sí, suficiente con el trabajo de hoy como para dejar el de mañana.
Le comprendo, el trabajo del colegio es demasiado pesado. Asiento estando de acuerdo; de seguro si deja acumular el trabajo, le afectará la salud por el estrés. Aparte ella no es de las que tiene segundas prioridades y su trabajo sin duda no lo es.
—No ha ido nadie a reemplazarte hoy —mascullo desviando la mirada, entonces la pelinegra curiosa, quiere saber más.
—No he avisado al colegio, es entendible.
Niego con risas.
—No creo que alguien pueda tomar tu lugar en sí.
La morena avizora el lugar como si no conociera su propia casa, vuelve a pretender no escuchar nada. Me contengo de tomarla por los brazos y confesarle que ese colegio no podría ser el mismo sin ella allí, aunque suene descabellado, es la pura verdad. Ya no es el mismo desde que ella ha llegado.
—Qué descortés de mi parte —dice dándose cuenta de un error. Se levanta de pronto y siento que me ahogo por ser pillada, desvío mi mirar antes de que me descubra como insolente—. ¿Quieres algo de beber?
Sus movimientos se le dificultan y le ejercen cierto dolor al querer caminar, pero aquello no le impide cometer su requerido. Me sorprende la fuerza que tiene y la terquedad que posee. Me quedaría tranquila si supiera que "eso" en serio no tiene mucha importancia, pero sí. Está grave, está adolorida y cansada.
Me deja sola esperando escuchar mi voz en su camino. Respondo que un vaso con agua estaría bien. Mas continúa siendo imposible para mí no dejarme llevar por el deseo abrumador y la tentación absorta hacia ese cuerpo moreno que camina provocativo; incluso con esa forma torpe para trazar sus pasos me parece sensual. Llevaba un pantalón que hacía notable el tirante de su prenda interior. No separo la mirada consciente de ser una pervertida. Me siento nuevamente de diecisiete años queriendo conocer ese cuerpo que juega conmigo como lo hace su dueña. La pierdo de vista, se esconde entre las paredes. Calmo cualquier tipo de contracción involuntaria placentera que irradia en mi centro. No lo podía creer. Es que yo no puedo seguir con esta excitación a pesar de tantos años, por la misma mujer, por el mismo caminar, por las mismas piernas. La misma musa que sigue siendo la sabia, la estatua inanimada.
Suspiro, recuerdo a Bécquer. Ese hombre me sacó más suspiros de lo normal y todos por la pelinegra.
Rebecca regresa con dos vasos en las manos y se sienta a mi lado, esta vez quiso estar más cerca y mató sin piedad el espacio que antes nos echaba algunas maldiciones, donde ambas nos hacíamos las desentendidas, las locas. La morena me deleita sin querer al mostrarme su perfil, descubro sin querer que esta noche se veía muy guapa. Siento cómo el mueble se hunde levemente y su perfume llega raudo a mi olfato. Acepto su vaso de limonada tratando de no ser tan evidente.
ESTÁS LEYENDO
Alguien Tenía Que Aprender.
RomanceYo era un polo: fría sin motivo alguno, distante, con un corazón cerrado, protegiendo los pocos pedazos que me quedaban, y ella, con apenas un roce de su mano, me enseñó porqué un volcán explota, porqué mueren las flores en otoño.